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Reportaje:

Lágrimas sobre el 'green'

Woods cierra heridas y deudas con su cuarto triunfo en el Masters de golf de Augusta

Carlos Arribas

Cae el sol sobre el putting green del Augusta National Golf Club. Hace media hora que una gran batalla de 19 hoyos ha terminado. Phil Mickelson ayuda a Tiger Woods a ponerse una simbólica chaqueta verde, la cuarta de las suyas. Woods se planta luego ante el micrófono y... rompe a llorar. Le desborda la emoción, lo que no le había ocurrido en su primer triunfo en el Masters (1997), ni en el segundo (2001), ni en el tercero (2002). Balbucea unas palabras ininteligibles y se limpia las lágrimas. ¿Por qué llora? Viendo las imágenes por un televisor mudo, cualquiera puede encontrar varias explicaciones.

Sencillamente, porque no se lo cree, se puede aventurar; porque se ha contenido tanto en los últimos hoyos, ha sufrido tanto con sus bogeys en los dos últimos, le ha llevado a unos terrenos tan peligrosos el perseverante Chris DiMarco, ha experimentado tal shock emocional cuando su increíble chip, el de la bola congelada al borde del agujero del 16; ha padecido tal taquicardia cuando el penúltimo chip de DiMarco, en el 18, botó encima del hoyo y no cayó dentro; ha gozado tanto con su madera-3 y su hierro-8 en el desempate, ha seguido con tanta intensidad el parsimonioso recorrido de su último putt, de cinco metros; ha pasado por tal cantidad de estados de ánimo en la última hora..., que es normal que reviente. Ha sido el título del Grand Slam que más le ha costado.

Y DiMarco, sereno, pero un poco tocado, explica a borbotones su amarga versión,: "Habría sido de justicia que mi chip hubiese entrado. Entonces, contaríamos ahora otra historia".

Pero es la de Woods la que vale: su desplome emocional.

Ha sido, se podría añadir, porque ha puesto fin a casi tres años de sequía en los grandes, a diez citas sin ganar, a una crisis de juego que ponía en peligro su estatus, sus objetivos, como el de batir el récord de grandes, 18, del legendario Jack Nicklaus; como el de ser el número uno indiscutible, la única referencia... En definitiva, ser el mejor de la historia.

Sí. Y también llora porque, al final, se siente justificado; porque comprueba que su decisión de romper con Butch Harmon, con el que había modelado un swing que le había dado ocho grandes, y empezar la construcción de uno nuevo con el silencioso Hank Haney ha sido acertada pese a las críticas.

Sí. Y también, porque se ha cerrado el debate, se ha acabado la discusión: en el golf sólo manda él. Porque Ernie Els ha acabado el 47º y con un millón de dudas sobre su juego; porque Retief Goosen se ha vuelto a retratar: su única ronda buena ha sido aquélla en la que no se jugaba nada; porque Mickelson y Vijay Singh, los dos más ambiciosos, han terminado discutiendo por un quítame allá esos clavos y peleados con sus putters.

Sí. Podría ser por eso y muchas más cosas: Pero súbase el volumen de la tele. A ver qué balbucea Woods: "Siempre que he ganado este torneo, mi padre estaba aquí y yo podía abrazarle". Ahora se halla gravemente enfermo: "No puedo esperar más para volar a casa. Este torneo es para ti, papi".

Clasificación: 1. T. Woods (EE UU), 278 golpes (vencedor en el primer hoyo del desempate). 2. Ch. DiMarco (EE UU), 278. 3. R. Goosen (SA) y L. Donald (Ing.), 283. 5. V. Singh (Fiyi), 284. 10. Ph. Mickelson (EE UU), 285. 31. M. Á. Jiménez, 293.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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