Acumulación de ingenio
La exposición en el Artium de Vitoria, titulada El estado de las cosas. El objeto en el arte de 1960 a nuestros días, tiene de todo para suscitar un gran interés. Figuran obras de artistas más o menos punteros en la historia del arte contemporáneo. Ahí están los Marcel Duchamp, Andy Warhol, César, Richard Hamilton, Mimmo Rotella, Richard Artschwager, George Brecht y Christian Boltanski, por citar un breve racimo de ellos. A éstos se añaden dos más próximos a nosotros, como son Joan Brossa y Juan Muñoz.
La muestra recoge un abultado número de obras (más de cien), realizadas por 64 artistas, procedentes de las colecciones públicas francesas de los Fondos Regionales de Arte Contemporáneo (FRAC). La primera impresión que siente el visitante es que está rodeado de objetos de muy variado cuño y, lo que es más sorprendente, cuya utilización es ajena a su uso cotidiano. Se percibe una clara intención de crear arte a partir de cualquier objeto. Bajo la suma de esas más de cien intenciones se pone de relieve que son infinitas las posibilidades del arte. Diría más: todo puede convertirse en arte a poco que se muestre, si antes ha estado pensado y experimentado con talento e ingenio.
Un artista entre los allí figurantes, Marcel Duchamp, fue quien trazó los cimientos fundacionales para poder convertir cualquier objeto, sea cotidiano o menos cotidiano, en obra de arte. Los pasos posteriores están conformados por un imparable canto al desparpajo imaginativo. Los artistas querían y siguen queriendo saberse con unas ansias máximas de libertad estética.
Esas ansias libérrimas están presentes en Daniel Firman con un maniquí, parecido a los john davies, sobrecargado absurdamente de objetos del hogar. Lo mismo ocurre con Bertrand Lavier y su iluminación a la nada, o con la caña de pescar, pescando una lámpara clásica de comedor, de Présence Panchounette (grupo de dos franceses). Curioso resulta el vehículo de Xavier Veilhan y divertidísimo el vídeo de Peter Fischli & David Weiss, con la antología disparatada de objetos chocados, de líquidos derramados y pequeños fuegos provocados. La parte apacible la pone Céleste Boursier-Mougenot, con la aportación de dos piscinas hinchables, donde platos, vasos y vajilla varia se entrechocan suavemente emitiendo dulces tintineos. La aportación de Juan Muñoz quizá peca de excesiva dispersión, en tanto Joan Brossa permanece con su peculiar acento poético.
No obstante los méritos concurrentes, y aunque no sea esa la meta buscada, por el hecho de estar presentes tantas obras juntas parece como si fueran a disputarse entre ellos una carrera por conocer quién es más ingenioso.
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