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Crónica:MOTOCICLISMO | Gran Premio de España
Crónica
Texto informativo con interpretación

Rossi maravilla y escandaliza

El italiano bate a Gibernau de forma polémica en MotoGP tras tocarle en la última curva y sacarle de la pista

Vaya por delante que lo ocurrido ayer en MotoGP quedará para la historia. Que, si el motociclismo necesita que más aficionados se alíen con la causa, nada mejor para conseguirlo que lo visto en Jerez. Que esto es espectáculo. Con mayúsculas. Y de eso se trata. Los habrá que aplaudan lo ocurrido y los habrá que lo reprochen. Pero, mientras que la autoridad no diga lo contrario, y la autoridad ayer no dijo nada, no vale todo. Hay unas reglas. ¿Se las saltó Valentino Rossi en esa última curva en la que acabó sacando a Sete Gibernau de la pista?

Rossi es el mejor piloto y la historia, haga lo que haga a partir de ahora, le tiene reservado un lugar de honor. Pero ayer, por vez primera desde que comenzó su carrera, siendo como es el personaje más querido por la afición mundial, fue abucheado, silbado e insultado por decenas de aficionados cuando celebró en el podio su triunfo número 69. Y lo fue en Jerez, su segunda casa, un lugar en el que se le venera como jamás se veneró a alguien.

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El problema es saber dónde está el límite. Puede decirse que Rossi no jugó limpio porque puso en peligro la integridad de otro corredor. Cierto. Sin embargo, hay un hecho que le defiende: en su entrada a aquella curva, la última, la que decidiría el ganador, él o Gibernau, el italiano encontró el hueco. Y una de las normas no escritas que rigen en este deporte asegura que, cuando uno se mete en el ángulo corto, cuando está a su vista, su rival no tiene más remedio que ceder o irse a la arena. Gibernau no cedió y a la arena se fue. Rossi, tampoco y... ganó. Frenó tarde, muy tarde. Pero le dio tiempo a meter el morro de su Yamaha por aquel pequeño agujero, echó el pie izquierdo a tierra para no hacer un recto y sacó a Gibernau de la pista. Los expertos coincidieron en su veredicto: imprudente, pero inocente. Ocurre que da la sensación de que Rossi, en su loable empeño por ganar, quiere hacerlo por lo civil o por lo criminal. Si ayer hubiese frenado una milésima de segundo más tarde, habría mandado a Gibernau al hospital solo o en compañía de él mismo.

La carrera tuvo el desenlace más espectacular posible y se recordará de por vida. A la curva llegaron Gibernau y Rossi, Rossi y Gibernau, juntos, pegados, abrazados casi, enemigos íntimos que ya son. Llegó Gibernau en cabeza a ese giro con Rossi en su cogote. Dibujó el español la curva apurando hasta la exageración, cerrando cualquier hueco por el que pudiera colarse la bestia de piloto que llevaba detrás. Quedó una rendija en el ángulo corto, a la izquierda de Gibernau. Por ahí introdujo Rossi su Yamaha, la mole de 150 kilos que maneja como quien agita una bandera.

Y ganó Rossi. Le dolió a la mayoría del público, que había contemplado hasta entonces una exhibición de Gibernau. Salía el español en el segundo puesto de la parrilla, por detrás de Rossi, pero arrancó mejor que el campeón. Y cogió la cabeza. En ella se mantuvo 24 de las 27 vueltas de las que constaba la prueba. Rossi tuvo que quitarse de en medio al estadounidense Nicky Hayden, que había logrado birlarle la segunda posición. Y a por Gibernau se fue.

"Lo que está perjudicando a Gibernau es que a veces hace de liebre de Rossi. Lidera la carrera y pierde el primer puesto en la última vuelta o en la última curva". Como si de un adivino se tratara, así hablaba Wayne Rainey, tres veces campeón del mundo, de Gibernau semanas atrás. Recordaba el histórico corredor que ese suceso había ocurrido la pasada temporada en Barcelona y en Holanda, donde el catalán cedió en el último suspiro. Como ayer. Rossi se fue a por él y le fue recortando una ventaja que había superado el segundo y medio. En la octava vuelta estaba a ocho décimas, a cinco en la décima, a tres en la decimoquinta, a una en la decimoséptima... Cuando se puso a su vera, esperó la oportunidad. Le llegó a falta de tres giros. Entonces, en la curva anterior a la meta, le adelantó.

Pero Rossi tiene, aunque cueste creerlo, fallos sonrojantes. Se le fue la mano apurando una frenada y Gibernau le rebasó. Hubo entonces dos o tres tuya-mía, ahora mando yo, ahora tú, y en una de ellas las motos casi se rozaron. Y era Gibernau el que llegaba por detrás en ese momento.

La última vuelta llevó a ambos a la ya célebre, de por vida, curva Ducados. A 200 kilómetros por hora, en quinta, para reducir a segunda y hacer el giro a 70. Rossi llegó colado, pasado de frenada, sí, pero por el hueco. Y ganó el duelo más fantástico que ha conocido en los últimos años el motociclismo. Encendió la traca, recogió aplausos e insultos y, cuando se cruzó con Gibernau, segundo en la meta y dolorido de su brazo izquierdo por el choque, la tensión fue mayúscula. "¿Qué pasa?, le dijo Gibernau. Y Rossi calló.

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