Mal fario
Entre la esperanza y la desesperación viven en continua tensión los enamorados, que no consiguen a su dama, en sus cárceles de amor. Son los protagonistas de las llamadas novelas sentimentales que aparecieron en la Edad Media y cuyas huellas se rastrean en la literatura de Cervantes. A alguno de ellos, como al Leriano del escritor Diego de San Pedro, el amor no correspondido le empuja al suicidio mediante una huelga de hambre. Sesudos moralistas, y por supuesto la Inquisición de la época, estigmatizaron y condenaron la lectura de dichas obras por perniciosas y banales. Aunque debió ser en vano, porque fueron muchos los aficionados a esas cárceles alegóricas de tintes rosa. Las otras, las cárceles reales, están empañadas de tintes negros como la pena; su misma ubicación parece como si llevase el mal fario a los habitantes de su entorno geográfico.
Por eso manifestaba Jordi Sevilla, ministro de Administraciones Públicas y representante en Madrid de las comarcas castellonenses, y manifestaba textualmente: "Me temo que la cárcel se hará en Albocàsser". Indicó a continuación que fue el PP quien así lo quiso, y quien urdió un entramado de compromisos que el Gobierno, tras las últimas elecciones, no puede deshacer. Y añadió la bonita historia, propia de una novela sentimental, de que estará en contacto con la ciudadanía por tal que el proyecto tenga el mayor apoyo popular posible. Así pues, resignación y conformidad es cuanto se les pide al vecindario de El Maestrat y Els Ports, que en su día se movilizaron mediante iniciativas cívicas y plataformas oportunas por tal de evitar el mal fario en su entorno. Un vecindario al que el PP le prometió el oro y el moro del desarrollo comarcal si se aceptaba sin reticencias la cárcel. Un vecindario que confió, quizás, en el apoyo y las promesas electorales de los dirigentes locales del PSPV-PSOE con respecto a su petición de que se retirase el proyecto. Vana ilusión, una vez se ganaron las elecciones y se formó parte del gobierno. Lo demás son palabras y prosa de bajo precio electoral dirigida a unos miles de votantes.
Y son ciertas las alusiones que hace el ministro a los inconvenientes, al mal fario, que suele ver la ciudadanía cuando se construye en sus proximidades una cárcel que no es precisamente de amor. Pero no menos cierto es que las promesas y apoyos pre-electorales se han de mantener si se ganan unas elecciones. De lo contrario se defrauda al electorado y se alimenta la nula credibilidad de los políticos entre quienes confiaron a ellos sus democráticos votos. Si el proyecto del trasvase del Ebro no se mantuvo ya iniciado, ¿por qué se ha de mantener el proyecto de la cárcel de Albocàsser? Aunque hay más: Jordi Sevilla, ministro y representante de las comarcas castellonenses en Madrid, es gobierno democrático allí y no menos oposición democrática en las tierras valencianas, donde señorea la derecha desde hace más de una década; una derecha con algunos proyectos eliminados del mapa casi de inmediato tras las últimas elecciones; una derecha que necesita ya una alternativa urgente para no enquistarse en el poder local, provincial y autonómico, y eso se consigue atrayendo a la ciudadanía, y no perdiendo votos por el incumplimiento de promesas electorales. Ser gobierno y oposición es complicado, pero el enredo del mal fario de la cárcel de Albocàsser no lo es: hubiese bastado con que antes o después de las elecciones se tragara sus palabras o sus apoyos. Leriano, el protagonista de Diego de San Pedro, muere comiéndose las palabras que su amada le envió por escrito, pero eso sólo sucede en las cárceles de amor.
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