Adiós, señorita Ruth
Uno. Donald Margulies quedó finalista del Pulitzer en 1997 con Collected stories y se lo llevó, tres años después, con una pieza muy inferior, Dinner with friends, que fue lo primero que de él se vio en España: Sopar d'amics, dirigida por Esteve Ferrer en el Apolo de Barcelona, en 2001. Collected Stories se estrenó en el Manhattan Theatre Club, en mayo de 1997, con Maria Tucci y Debra Messing. Un año más tarde supuso el retorno a la escena de la legendaria Uta Hagen: a los 79 años, enamorada de la función, quiso hacerla, secundada por Lorca Simons, en el Lucille Lortel Theatre de Chistopher Street, no lejos de donde transcurre la acción.
También Luisa Martín y Silvia Abascal quedaron prendadas de esta comedia que está arrasando, merecidísimamente, en el madrileño Muñoz Seca, bajo el insípido título de Historia de una vida, la única pega de este espectáculo que supone: a) el definitivo ingreso de Luisa Martín en la Liga de las Enormes Actrices; b) la liberación de la etiqueta "Joven Promesa" para Silvia Abascal, y c) la tercera gran dirección (reciente) de Tamzin Townsend tras Closer y El método Grönholm. En Historia de una vida, Donald Margulies relata un aprendizaje, una vampirización y una traición espiritual. Ruth Steiner (Luisa Martín) es una escritora judía que vive en el Village y cuyo trabajo y maneras recuerdan un cruce entre Dorothy Parker y Margaret Atwood. Consagrada como autora de cuentos, recibe la visita de Lisa Morrison (Silvia Abascal), estudiante de su taller de escritura, a la que Ruth abrirá las puertas de su casa y de su alma. A lo largo de seis escenas, una por año, Lisa pasará de admiradora, discípula y secretaria a confidente, amiga y rival. Tras el triunfo de su primer libro, en el que agota sus experiencias de adolescente angustiada y bulímica, la alumna descubre que no tiene nada que contar. Su mayor preocupación no es escribir sino llegar: siente, y lo expresa con desarmante sinceridad, que "ellos" están esperando su gran novela, la consabida gran novela americana. Y "ellos" son los Mailer, Updike y cía, una primera división en la que ya no coloca a su mentora. ¿Solución? Escribir una novela a partir de los recuerdos y confidencias de Ruth: su relación juvenil con el poeta Delmore Schwartz y el mundo de los bohemios judíos del Village en los cincuenta.
A propósito de Historia de una vida, interpretada por Luisa Martín y Silvia Abascal
No se trata de un plagio ni de un simple abuso de confianza. Tampoco es Lisa un monstruo trepador a lo Eve Harrington. Quiere y respeta a Ruth, pero no entiende (o no quiere entender) que su cólera nace de la decepción. De entrada, la novela es de una cursilería y una trivialidad espantosas. Y tiene un gran éxito, mientras que de la vieja escritora ya no se acuerda nadie. Desde luego que hay celos y exasperación, sobrecargados por la enfermedad y la muerte, pero la decepción fundamental es que Lisa ha traicionado la enseñanza básica de su maestra: devorar la vida, no la vida ajena. Ha malbaratado la experiencia de Ruth; ha convertido una pasión y un mundo perdido, irrecuperable, en una colección de clichés. Lo importante era el viaje y no la llegada: eso es lo que las Lisas del mundo, pertrechadas con cientos de justificaciones "racionales", nunca entenderán.
Dos. Historia de una vida, en espléndida versión de Bernardo Sánchez y Luisa Martín, es una comedia solidísima, cosida a mano, con mucho sentimiento, escaso artificio y una balanza muy equilibrada a la hora de pesar las razones respectivas. Pero lo que corta el hipo es su condición de tour de force interpretativo. Estamos ante un verdadero mano a mano: dos actrices, dos horas de lucha, sin ceder un palmo de terreno. Dos horas que te dejan exhausto, y que vi en función de tarde, lo que duplica mi admiración: ¿cómo harían la de la noche? Silvia Abascal no toca aquí el segundo violín, como suele suceder en este tipo de obras. La vi debutar en un rol eternamente imposible, porque requiere aunar juventud y experiencia: Nina en La gaviota del Teatro de la Danza. Éste es su segundo trabajo teatral y el salto es espectacular. No hay titubeos en su juego de transformaciones, de niña acomplejada a escritora de éxito, ni subrayados externos: para comprender a este personaje (odioso: todos los ganadores lo son) hay que amarlo y defenderlo como ella lo hace. Y hay que tener muchas narices para aguantar la mirada y los envites de su veterana oponente, a la que no veía (¿por qué?) desde El verdugo. ¿Cómo definir el trabajo de Luisa Martín, esa alquimista infrecuente? Me pareció estar viendo a Amparo Soler Leal y a su madre, Milagros, en una sola persona. Y a Norma Aleandro: la fuerza, el humor sardónico, la transformación física del final, tan cercana a la de Querido embustero. Bastaría con levantar acta de la "obertura" del personaje: Ruth sola en su apartamento, corrigiendo un texto de Lisa, ajena al mundo exterior, incapaz de escuchar el timbre de la puerta, escrutando el texto línea a línea. Casi cinco minutos, en silencio absoluto, y Luisa Martín ya nos ha dicho (los movimientos de la cara o la mano que tamborilea) cómo es el personaje. Luego vendrán las miradas taladrantes, las explosiones de amor o de furia, las embestidas verbales a ritmo de ametralladora, la intensidad de los silencios. Y su vulnerabilidad esencial: creer que puede volver a ser joven, a revivir en su alumna las pasiones pasadas, cuando sus valores son tan radicalmente opuestos. Y el descubrimiento, siempre sorprendente, de sus emociones oscuras, su dolor a la hora de asumir la rivalidad, el éxito ajeno, el paso del tiempo, el olvido. Un precioso personaje y una extraordinaria interpretación. Historia de una vida, por cierto, comienza ahora una gira de un año por toda España. En abril recorrerá Valencia, en mayo el norte, en junio Castilla y León, y en septiembre aterrizará en el Villarroel de Barcelona para quedarse un mes. Allá donde la pillen no se la pierdan: es una de las grandes funciones de la temporada.
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