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Reportaje:MUJERES

Perdiendo de vista a los talibanes

Ángeles Espinosa

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El campus de la Universidad de Kabul es el mejor escaparate de los cambios vividos en Afganistán desde el derribo de los talibanes hace ahora tres años. Ni un solo burqa a la vista. Chicos y chicas se cruzan despreocupados por sus sendas arboladas con carpetas llenas de apuntes y libros desvencijados. Ellos prefieren el atuendo occidental. Ellas, mezclan vaqueros con faldas largas, y se mantienen fieles al hiyab, el pañuelo islámico. Sin embargo, a pocos kilómetros, en los arrabales de la capital o en las aldeas de las provincias vecinas, los matrimonios forzados y las violaciones resultan frecuentes.

"El mayor cambio ha sido la educación", admite Nayiba Ayubi, directora de Kilib Radio, una de las numerosas emisoras orientadas a las mujeres que se han creado por todo el país. "Hay montones de niñas en las escuelas y en la universidad", subraya orgullosa, "y no sólo aquí en Kabul, sino también en áreas remotas de Bamiyán, a las que se tarda en llegar 14 horas en coche". Éste es un avance en el que coinciden todas las fuentes consultadas. El 58% de las niñas fueron escolarizadas el primer año sin los talibanes (2002-2003) y para el presente se espera alcanzar el 70%.

Los avances legales y el entusiasmo de las jóvenes urbanas están a años luz de la realidad de las mujeres del ámbito rural, donde vive el 80% de la población
Las primeras mujeres que salieron con faldas largas, chaquetas y pañuelo a la cabeza fueron la comidilla. Todavía hoy hay quien les hace un comentario grosero

Más sorpresa fue la alta participación femenina en las elecciones presidenciales del año pasado. "Ni siquiera imaginábamos que llegaran a registrarse tantas", comenta Ayubi. Un 41% de los inscritos para votar fueron mujeres, según datos de la ONU. Su concurrencia a las urnas estuvo también en esos niveles, llegando a superar el 50% en algunas provincias, como Faryab y Nuristán; aunque en otras, especialmente en las más conservadoras del sur, como Kandahar, apenas alcanzaron un 25%. Allí, muchos hombres declararon su intención de no dejar votar a sus mujeres e hijas.

"Ese dato y la implicación de mujeres en las actividades públicas muestra que las afganas quieren decidir su propio futuro", apunta Ayubi. A este respecto, Shukria Barakzai, directora de la revista femenina Aina-e-Zan, destaca como un logro "haber consagrado la discriminación positiva en la Constitución". La carta magna no sólo establece la igualdad de derechos de hombres y mujeres, sino que reserva a éstas un 25% de los escaños para el Parlamento en cada una de las provincias.

"Ni siquiera en Estados Unidos tienen tantas mujeres en el Congreso", señala Marwa, una estudiante de filología inglesa dispuesta a aprovechar todas las oportunidades que se han abierto ante ella. Sin embargo, tanto Marwa como sus amigas Nilab y Raihana reconocen que votaron por Hamid Karzai, y no por Masuda Jalal, la única mujer candidata. "Él nos ha traído la paz y desde su llegada hemos podido volver a clase", justifica Nilab. "Todavía es pronto para que podamos tener una mujer presidente", concede Raihana.

Los avances legales y el entusiasmo de las jóvenes urbanas educadas están a años luz de la realidad de las mujeres del ámbito rural, donde reside el 80% de la población afgana. Allí, el analfabetismo (que afecta al 65% de los hombres y al 80% de las mujeres) y tradiciones absolutamente feudales se alían para frenar el progreso por el que luchan muchas afganas.

"Las facciones militares regionales y los dirigentes religiosos conservadores, además de los talibanes y otras fuerzas insurgentes, están limitando la participación de las mujeres afganas en la sociedad mediante amenazas de muerte, violaciones y acoso", denuncia en un informe Human Rights Watch (HRW). Para esta organización de defensa de los derechos humanos, los cambios que se han producido desde la caída del régimen talibán "han sido demasiado lentos" y no ha habido un seguimiento adecuado.

HRW recuerda lo que es un secreto a voces en Afganistán: que muchas afganas siguen siendo víctimas de violencia sexual sin que la ley castigue a los responsables; que aún se utiliza a niñas y jóvenes para pagar deudas y solucionar rivalidades, y que los matrimonios forzados a edades tempranas son moneda corriente. Al 57% de las mujeres, sus padres las casan antes de cumplir los 16 años, según un estudio del ministerio afgano de la Mujer.

Igual de grave resulta la imposibilidad de que una mujer obtenga el divorcio. El único candidato a la presidencia que mencionó el asunto durante la campaña electoral, el escritor Latif Pedram, estuvo a punto de ser descalificado. Su declaración a favor del derecho de la mujer a poder divorciarse le granjeó acusaciones de hereje y contrario al islam por parte de los sectores más conservadores. A pesar de la existencia de una candidata y de que las mujeres han llevado la peor parte en la reciente historia de Afganistán, los programas de los que aspiraban a gobernar el país apenas mencionaron sus problemas.

Las actitudes de los hombres

"Además de las leyes, tenemos que cambiar las actitudes de los hombres más que las de las mujeres, porque éste es un país dominado por los hombres y los hombres tienen que cambiar su mentalidad hacia las mujeres", declaró Habiba Sarabi, la ministra de la Mujer. Pero Sarabi, como Ayubi y Barakzai, las periodistas, saben que esas actitudes están tan arraigadas que temen que si fuerzan demasiado las cosas provoquen una reacción contraria.

Tal vez por eso, la mayoría de las afganas no han abandonado el burqa, esa ominosa pieza de tela que oculta a las mujeres de la cabeza a los pies y las convierte en seres sin identidad. "Aún no me siento segura", explica Faizana Azimy. Esta empleada de banca, que abandonó su empleo cuando se casó hace cuatro años, teme sobre todo el qué dirán de los vecinos. Las primeras mujeres de su barrio que dejaron el burqa en casa y salieron con faldas largas, chaquetas y pañuelo a la cabeza, fueron la comidilla. Todavía hoy hay quien les suelta un comentario grosero o una mirada de reproche.

"Los 25 años de guerra y los seis de dominación talibán han dejado huella. Se ha generalizado la idea de que el islam exige que la mujer permanezca encerrada en su casa y va a llevar tiempo cambiarla", concluye Lailama Hasani, especialista en mujer y medios de comunicación de Unifem (Fondo de Desarrollo de la ONU para la Mujer). Aun así, esta afgana que regresó hace tres años después de haber pasado 11 trabajando en los campos de refugiados de Pakistán, insiste en que "ha habido muchos avances: Ahora podemos trabajar, reunirnos y participar en actividades políticas".

Sohalia, de 21 años, una de las 400 mujeres que asisten a clase en la Universidad de Mazar-e-Sharif, al norte de Afganistán.
Sohalia, de 21 años, una de las 400 mujeres que asisten a clase en la Universidad de Mazar-e-Sharif, al norte de Afganistán.AP

Prohibido enamorarse

N. S. ES UNA JOVEN EDUCADA y con un buen trabajo en una organización internacional. Sin embargo, a sus 28 años aún permanece soltera, algo muy inusual en Afganistán, donde la mayoría se casa a una edad más temprana. La tragedia de

N. S. es que no será ella quien elija su estado civil, sino su padre. "Ahora que gana 1.000 dólares al mes, no va a permitir que nadie se la lleve por nada del mundo", asegura un amigo de la familia, "el haber encontrado un buen trabajo ha sellado su destino; su padre no va a renunciar a ese

ingreso".

Ni siquiera en las alamedas de Herat es posible ver a una pareja de jóvenes de la mano. En Herat, al oeste de Afganistán, se percibe la influencia de la cultura persa en la afición por la poesía y la música. Sin embargo, como en el resto del país, el amor es un tabú que queda circunscrito a versos y canciones.

Cada martes a las nueve de la noche, en el 90.5 de la FM se descubre, no obstante, que la realidad es distinta de las apariencias. Humayoon Daneshayar, el presentador de Los problemas de los jóvenes, en Radio Arman, recibe más de mil cartas semanales, la mayoría sobre asuntos del corazón.

Es habitual la chica que escribe desesperada en busca de consejo sobre cómo evitar que sus padres la casen con un primo tras haberse enamorado de un compañero de clase. Otros no piden consejo, sino que desean compartir vivencias propias o cercanas. Una de las que más ha impresionado a Daneshayar, una especie de Elena Francis, es la de unos Romeo y Julieta afganos que se suicidaron porque sus padres no les dejaban casarse.

El peso de las tradiciones y de una interpretación absolutamente rigorista del islam convierte algo tan natural como enamorarse en una actividad de alto riesgo. Pero lo que para los chicos es una aventura clandestina, para las chicas puede convertirse en una sentencia de muerte.

Lo sabe bien Mina, que fue violada por el chico que la cortejaba. Al descubrirlo su familia, fue encerrada en una habitación y su hermano la golpeó sin piedad. Su insistencia en acudir a la policía sólo empeoró su situación. El violador dijo no conocerla. Desahuciada, huyó de casa.

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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