Una de abogados
Uno de los pensamientos que te pasan por la cabeza después de ver el primer capítulo de Al filo de la ley (La Primera, jueves, 22.00) es que, si todos los abogados fueran como Natalia Verbeke, Leonardo Sbaraglia y Fanny Gautier, uno se pasaría la vida pleiteando. La lujuria, sin embargo, no es buena consejera para el análisis. Ciñéndonos a lo televisivo, pues, la serie resulta ser una ambiciosa historia de abogados con desniveles morales, ideal para trenzar tramas paralelas que, con giros relativamente inesperados, nos remiten a los tropecientos precedentes del género. La investigación convierte a los abogados en detectives, psicólogos o fiscales. Sin aspavientos, el argumento sortea los excesos e impone un tono realista, sobrio, basado en la elegancia formal y en una nada sobreactuada interpretación. Con este planteamiento poco efectista, la serie va de menos a más y los indicios de alarmante sosería iniciales se van diluyendo a medida que se consolidan los personajes. En cuanto a las relaciones humanas de los miembros del bufete, se repiten los tradicionales conflictos entre hijas problemáticas y padres a punto de divorciarse y treintañeros arrogantes, inexpertos, idealistas o cínicos, igual que en modelos parecidos con policías, médicos o periodistas de por medio.
También se recurre a cambios de ritmo visuales, sobre todo en las reconstrucciones, menos sofisticadas que las de CSI. Aunque es pronto para intuir por dónde irá la trama, todo apunta a que el triángulo Verbeke-Sbaraglia-Gautier producirá los momentos más intensos (el reencuentro de un amor estudiantil como elemento desestabilizador). Y que Emilio Gutiérrez Caba ejercerá de jefe que lucha para no ser devorado por la inestabilidad de los cimientos de su condición de letrado, padre o ex marido, atrapado entre las patrañas y los principios. Quedan los casos tan reales como verosímiles: accidentes laborales, violencia prostibularia, crímenes pasionales, todo en un paisaje sociológicamente corrupto, en el que, a veces, el bien le gana la partida al mal.
Viendo hacia dónde van las nuevas fórmulas narrativas, que adaptan modelos clásicos de ficción a profesiones rabiosamente contemporáneas (cirujanos plásticos, guionistas de televisión, policías científicos), a la serie de abogados le pesa el lastre de sus antecedentes, del que sólo se libran si añaden su propia personalidad: delirio de diseño (Ally McBeal), carismas inquietantes (Murder one), coloquialidad castiza (Turno de oficio) o cachondeo (Juzgado de guardia). Es pronto para saber cómo conseguirá Al filo de la ley atrapar nuestra fidelidad con esta primera entrega, que despierta más curiosidad que entusiasmo. Aunque, si la cosa no arranca, siempre nos quedará la lujuria, que quizá no es buena motivación para analizar un programa pero sí para verlo.
[El estreno, el jueves pasado, de Al filo de la ley fue seguido por 3.814.000 espectadores (21,8%)].
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.