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Columna
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Vibración

El camaleón que siempre vivía bajo el mismo árbol era muy conocido en la selva, y casi todos podían averiguar sus verdaderas intenciones cuando se camuflaba bajo una u otra piel. Pero oía las voces de otros animales que también se habían congregado junto a Buda. Y ellas le decían que no importaba que se quedase en el mismo árbol si cambiaba de color de piel. No obstante, el camaleón sospechaba que cuando Buda marchase, cualquier animal podría sentir la tentación de devorarle. Mas no fue así. Buda quedó en el mismo árbol que daba cobijo al camaleón, mientras los demás animales, que no tenían miedo, miraban al camaleón y veían cambiar constantemente el color de su piel. Hasta que un día creciéronle alas, y el dragón, único animal del horóscopo que decían no existía, voló.

Las maletas ya se han hecho a su nuevo entorno, se han aclimatado a sus lugares de residencia eventual, como si de una evolución catártica vacacional se tratase. Hoy no tienen que preocuparse por nada del mundo, porque las teclas de la realidad escriben solas, como viajeros que parten tranquilos hacia algún lugar de la actualidad aún por llenar.

El aterrizaje -o el alunizaje, quién sabe, porque mañana es luna llena- se produce en cualquier lugar que hayamos planeado. El paisaje nos recibe como quien acoge a un amigo invitándole a un vasito de vino del país, y la lengua no nos parece extraña, se coloca bajo el paladar del idioma -retórica ironía o agudeza ajena- y es un sonido familiar, como si de una madretierra de viñedos surgiese la comunicación, regenerada tras una evolución lenta pero precisa de la memoria. De otra forma, siempre podemos consultar el diccionario. Así las ciudades nos reciben enteras, no falta un solo recuerdo, porque no recordamos nada sobre ellas que merezca una sola preocupación.

Los fantasmas atrás, sentados en sus cómodas butacas de vacío, recorren las habitaciones de nuestras neuronas, pintan las paredes de colores y apartan las sombras: trabajan por ustedes, y también escriben este artículo, columna o tribuna, como ustedes deseen. Lloverá o hará sol, pero la noticia está hecha, la actualidad no les persigue, ¿por qué temer nada?

Miren al caballito de mar navegando por el coral. Entre los caballitos de mar, es el macho el que da a luz. Recibe los huevos de la hembra manteniéndolos en el abdomen durante un tiempo: está embarazado y contento. Los minúsculos caballitos de mar fluyen en una nubecilla blanca y nerviosa dentro de su tripa. Esto debería irritar a quienes, además de no creer en la ley de la evolución, ven una aberración en tales comportamientos animales, y se posicionan en contra. Sin duda, esta primavera son de prever manifestaciones contra el caballito de mar, con las pancartas llenas de consignas y una multitud indignada, que grita mientras camina con los paraguas abiertos.

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