Oración y liberación
La Semana de Música Religiosa de Cuenca tiene como una de sus columnas la magnificación de la liturgia desde la música. La vigilia pascual de la noche santa, es decir, la de los oficios del sábado al domingo, concentró este año a un número de espectadores considerablemente superior al de ediciones anteriores. Una buena parte eran creyentes, desde luego, pero otros no. Para éstos, la atracción venía del canto llano, y en esa dimensión Juan Carlos Asensio y su grupo Schola Antiqua son pata negra. Uno soporta el frío o lo que sea por escucharles, porque un gregoriano de su categoría y austeridad se encuentra en la abadía benedictina de Solesmes y en pocos sitios más. Asensio y los suyos aportan un toque de distinción y de regularidad a Cuenca. Además, los espectadores poco habituados a estos ritos quedan atrapados por su teatralidad e intensidad. Una experiencia única. La música como oración, como liturgia, alcanza cotas sublimes.
Han proliferado en la Semana de Cuenca este año los Stabal máter. Al de Pergolesi hay que añadir los de Vivaldi, Arriaga, Boccherini y Pilar Jurado, éste último un estreno mundial, con la propia autora y Daniela Barcellona de solistas vocales. La obra está bien estructurada y desprende una atípica capacidad de comunicación. Fue un éxito. Jurado reafirma su condición de artista versátil en su múltiple condición de compositora, directora de orquesta, cantante, organizadora de festivales y otras cosas.
Ricardo Frizza dirigió con más fortuna y variedad de matices a la fogosa JONDE -Joven Orquesta Nacional de España-, que Fabio Biondi, aunque éste dejó su impronta en un Vivaldi que Carlos Mena bordó con su habitual línea de canto culto y humanista. Se mostraron eficaces, sobrios y voluntariosos José Manuel Zapata, José Antonio López y Raquel Andueza, y tuvo un día soso Marta Almajano, que, por cierto, acaba de sacar al mercado un disco muy bello: Per un bacio. Una buena cantante como Isabel Rey se mostró un tanto desangelada en Boccherini y, en fin, Daniela Barcellona arrasó con un Rossini lleno de fuerza y sacó a flote su intachable profesionalidad en el estreno de Pilar Jurado
Gabriel Garrido dirigió al Ensemble Elyma y el coro Madrigalia en las Vísperas, de Monteverdi, una obra inconmesurable. La primera impresión visual fue desconcertante. Apareció el primero de los músicos en escena con las manos en los bolsillos. Una vez colocados todos, el clavecinista asomó la cabeza por un lateral y se incorporó al conjunto. Cada uno vestía a su manera: desde con pajaritas o corbatas hasta en mangas de camisa. Con unas y otras cosas, el concierto empezó con un cuarto de hora de retraso y no pudo desprenderse en la primera parte de una sensación tambaleante. La segunda parte fue, sin embargo, muy meritoria y hasta espléndida, por la espontaneidad y vitalidad del director y por las prestaciones de músicos como los violinistas Pablo Valetti y Paula Waisman, o cantantes como Adriana Fernández o Betsabée Haas. Garrido jugó sus bazas y le dieron buenos resultados. El concierto fue irregular, pero tuvo momentos memorables.
Babelia
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