La ley de la fugacidad
Cuatro son ya los libros de poesía de Hans Magnus Enzensberger, el gran espíritu renovador y transmisor de la poesía alemana de posguerra, que se han publicado en La Poesía, señor hidalgo, y con ellos se cubren los dos extremos de la trayectoria poética de este inquieto y cambiante autor: la crítica social agresiva de los inicios y el relativismo de la madurez. Con La defensa de los lobos (1957), el primer libro que lo lanzó a la fama, conocemos al Enzensberger politizado e iconoclasta en la estela de Heine y Brecht. En Lengua del país (1960) refuerza su protesta y se consagra con un estilo lacónico e interrogante basado en la antítesis, el oxímoron, el montaje de frases hechas y la inversión de palabras de moda. Entre éste y Más ligero que el aire (1999) median ocho poemarios, la revuelta estudiantil, la crisis del petróleo, múltiples guerras y la caída del muro. El pathos de la acusación político-social ha dado lugar a una retórica de la diferenciación y de lo accidental; el ímpetu didáctico ha cedido el puesto a la fuerza meditativa, si bien queda intacta la capacidad de provocar respuestas contrarias y críticas.
HISTORIA DE LAS NUBES
Hans Magnus Enzensberger
Traducción de J. L. Reina Palazón La Poesía, señor hidalgo Barcelona, 2005
223 páginas. 18,50 euros
La pasión polemizadora de
Enzensberger se presenta, sin embargo, atenuada, relativizada por una sabiduría epicúrea sometida a la ley de la fugacidad. De ahí el predominio en Historia de las nubes del elemento volátil. Y no sólo en el hermoso apartado del libro, que le da el título, y que capta más nítidamente el simbolismo poético de lo transitorio: "Incomprensibles / estos antelos de lluvia, bandas precipitadas, / columnas de luz, halos. El cielo sabrá / cómo lo hacen. Una especie / efímera, pero más antigua que la nuestra". En el estilo del poeta bávaro, tan aéreo y agudo, versátil y elegante, el lector reconoce al poseedor del don de la ligereza en medio de la gravedad. Esta cualidad móvil corresponde probablemente a un temperamento poético determinado, pero se debe ciertamente también a la pluralidad de puntos de vista que un autor es capaz de desplegar. Y en Historia de las nubes impresiona la facilidad de desdoblamiento del sujeto poético: un escéptico que desconfía de la memoria, otros personajes que recuerdan a los sobresaturados ciudadanos del bienestar sus ridículos motivos de queja. Poemas como 'Conversaciones de paz', 'Niños soldados' y 'Campo energético de los muertos' desprenden sucesivamente sarcasmo, congoja y esperanza. Aunque el "yo" parece monologar consigo mismo, son poemas muy polífonos; al margen de que hable el amante, el joven enfurecido, el comodón, el intelectual maduro o la mala conciencia, el poeta lo recoge todo con mirada fresca, de modo que puede cabalmente confesarse "eterno principiante": un hombre capaz todavía de sorprenderse ante el mundo.
La novedad consiste en que este germano mercúrico eternamente joven de pronto expresa una conciencia de finitud y agradece un alto en la carrera alocada de la humanidad hacia la aniquilación, una pausa respiratoria "tras el primer tiempo, / entre dos guerras, / antes del tercer acto, / poco antes del último aviso". Una nota de melancolía, disimulada con trazos irónicos, tiñe estos poemas breves y puntuados de ingenio. Frente a la unidad de la última parte, revolotean en los cinco apartados anteriores poemas de amor, homenajes a poetas, advertencias políticas, rompecabezas matemáticos y los milagros de las ciencias naturales. Extasiado ante la multiplicidad del mundo, queda en suspense un posicionamiento concluyente. Será porque "nuestro cerebro / es demasiado pequeño para comprender / cuán pequeño es", una observación tan cierta como desalentadora. Si es así, ¿para qué esforzarse en conocer? ¿Estamos demasiado ocupados en acariciar con gesto mimoso a la gatita ('Sed'), en perdernos en la contemplación de la mujer amada ('Desnudo fotográfico'), en captar algún asombro en una visita nocturna a la nevera repleta ('Revelación profana')? O, simplemente, ¿estamos en las nubes?
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