Interés menguante
Hace ya décadas que la llamada "cuestión vasca" se ha convertido en un tema editorial fecundo. Este interés comenzó, por ponerle una data, cuando a comienzos de los ochenta Gregorio Morán y otros empezaron a preguntarse por esos españoles que habían decidido dejar de serlo; y, sobre todo, por aquellos de entre ellos que afirmaban su negación matando. Del análisis de lo publicado más recientemente hay que concluir que el afán por entender e interpretar el problema vasco ha descendido de forma notable. Y también la calidad. Varios acontecimientos han contribuido a arrebatar a los asuntos de Euskadi el foco de la atención. Ha sido un factor fundamental, sin duda, el debilitamiento de la capacidad intimidatoria de ETA desde que el Estado decidiera responder con todas las armas de la legalidad a la ofensiva político-criminal emprendida en los momentos anteriores y posteriores al Pacto de Lizarra. Pero, sobre todo, la entrada en escena a partir del 11-S de una violencia global, sin restricciones a la hora de matar y de morir reducen ETA a lo que Kepa Aulestia ha caracterizado agudamente como "terrorismo del bienestar".
El resultado es un claro descenso del interés y un cambio en la mirada, que ha pasado de indagar sobre las motivaciones de los que matan a acercarse más a los sentimientos de sus víctimas. ¿Se habría dado este cansancio si el terrorismo de ETA siguiera manteniendo un estado de excepción emocional sobre la sociedad? Lo cierto es que el descubrimiento de su vulnerabilidad parece haber desvanecido la antigua fascinación que suscitaban los verdugos. Y así, liberados, siquiera provisionalmente, del dramatismo de la sangre, los problemas de los vascos comienzan a entenderse mejor con las parodias y chistes del programa de ETB Vaya Semanita que con la hondura de los centenares de estudios publicados.
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