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Reportaje:

Fischer elude el jaque mate

Japón envía al ajedrecista a Islandia a pesar de la presión de EE UU

Bobby Fischer volvió a Islandia en loor de multitud tras ocho meses de cárcel en Japón, 33 años después de ganar el duelo del siglo contra Borís Spasski en Reikiavik. Pero entonces le apoyaba la Casa Blanca, que ahora le persigue por violación del embargo contra Yugoslavia en 1992 y evasión de impuestos. El Gobierno japonés se agarró a la nueva nacionalidad islandesa del ajedrecista, de 62 años, para no extraditarlo a EEUU. Se cierra así otro capítulo de una vida novelesca.

Con gorra de béisbol, barba blanca muy crecida, pelo largo, camisa azul cuyos bordes asomaban por debajo de un jersey gris, viejo pantalón vaquero y sandalias, Fischer fue directo al grano en el aeropuerto de Narita, donde le detuvieron el 13 de julio por una orden de busca y captura de EEUU. "No fui detenido sino secuestrado. Japón es un bonito país pero no merece el Gobierno que tiene", fue lo más suave que dijo.

A continuación tildó de "criminales de guerra que deberían ser colgados" al presidente George Bush, por la invasión de Irak, y al primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, por apoyarla. Luego voló a Islandia, vía Copenhague, en compañía de su novia, Miyoko Watai, presidenta de la Federación Japonesa de Ajedrez. Aunque EEUU e Islandia mantienen un tratado de extradición, la traducción inglesa del artículo 2 de la Ley de Extradición islandesa -"Los ciudadanos islandeses pueden no ser extraditados"- da a entender que el Gobierno se reserva el derecho de no extraditar a un ciudadano islandés. El embajador de Islandia en Japón, Thordur Oskarsson, que acompañó a Fischer desde la cárcel al aeropuerto, admitió que Washington había presionado al Parlamento islandés antes de que éste otorgase "por motivos humanitarios", el pasado lunes, la nacionalidad a Fischer por 42 votos a favor, cero en contra y dos abstenciones.

En la remota Islandia, el ajedrez es muy popular; y Fischer, un héroe desde que destronó a Borís Spasski en el Mundial de 1972. Nunca se le ha visto tan feliz como entonces, ni siquiera cuando ganó tres millones de dólares en Yugoslavia al derrotar a Spasski en el duelo de revancha de 1992 por el que todavía es perseguido por EEUU. El país norteño puede ser el lugar idóneo para que su atormentada mente encuentre por fin la paz. Hijo natural de un judío húngaro, Paul Nemenyi -aunque fue un espía comunista de la República Democrática Alemana, Gerhard Fischer, quien le dio su apellido-, y de una hiperactiva estadounidense de origen suizo, Regina Wender, la vida de Fischer fue muy turbulenta desde su infancia. Dignificó el ajedrez, y logró que millones de aficionados le adorasen, pero sus fobias contra soviéticos y judíos, sus frecuentes indicios de paranoia, así como el lenguaje soez de los últimos años dan un tono agridulce a su biografía. En 1972, tras la última partida del Mundial, dijo a la recepcionista de su hotel en Reikiavik: "No estoy para nadie, ni siquiera para el presidente de EEUU". Nixon le agasajó unos días después. Hoy, esa misma frase tendría un sentido muy distinto.

Fischer, a su llegada a Reikiavik en un avión privado.
Fischer, a su llegada a Reikiavik en un avión privado.AP

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