Zapping
Carroña
La historia es un filón televisivo. El pasado no tiene teléfono de aludidos y se presenta de muchas maneras. La actualidad es una forma urgente de historia. En pantalla ha quedado atrapada por el Telediario, un género que mantiene su añeja estructura.
Escaleta
Primero, titulares, y un orden que sigue más o menos el mismo guión: catástrofes naturales, guerras, política, noticias de palacio, promoción encubierta o descarada del primer año de la presidencia de Zapatero, frívola reproducción de la lista de hombres más ricos del mundo (¿para cuándo una lista de los más pobres?), estudios absurdos de alguna universidad norteamericana y, tras un extenuante bloque deportivo, la pincelada cultural. Ah, la pincelada cultural. Es, de todo, lo más humillante. En general se queda en lejanos planos de bailarines contemporáneos o en retazos de cantantes pésimamente sonorizados. Menos mal que al final llega la información del tiempo. Es la única en la que se admite abiertamente que todo son hipótesis susceptibles de cambiar.
Arritmia
Nunca el corazón estuvo tan enfermo. Presume de ser protagonista de muchos programas que, en realidad, trafican con estrategias mentales y viscerales. Algunos de sus presentadores van de tolerantes por la vida pero, pese a sus prédicas, actúan como inquisidores de diseño, vampirizando intimidades que deberían seguir siéndolo y azuzando polémicas carroñeras. Ojalá se hablara más del corazón de verdad y viéramos más a, pongamos, el cardiólogo Valentín Fuster que a, pongamos, Lidia Lozano. Y hablando de Fuster: el otro día, en un canal local, vi a su hijo, el cantante Paul Fuster, interpretando una balada triste. Luego, en un momento de artística lucidez de esos que no suele dar la televisión, Fuster dijo: "Personalmente, prefiero hacer una canción que entrar en un McDonalds y matar a 25 personas".
Sin rastro
Algunos programas desaparecen sin dejar rastro. La fanfarria con la que fueron publicitados en el momento de su estreno se desvanece y sólo quedan pruebas de su existencia en unos decrecientes índices de audiencia olvidados en un cajón o una página de Internet. Los agentes de la serie Sin rastro (Antena 3) deberían investigar el tema. Ellos vivieron en sus propias carnes el drama de la desaparición repentina. Sin rastro se esfumó de la parrilla por falta de resultados y ahora, a base de insistir, ha conseguido abrirse un hueco, consolidarse y encontrar un público que parece encantado con sus contenidos. Es un ejemplo de hasta qué punto, a veces, algunos de los inventos que se eliminan de la programación deberían tener una segunda oportunidad. Y también relativiza la credibilidad del audímetro, que ensalza o condena no sólo en función de los contenidos sino de unas circunstancias que tienen que ver con la competencia, la lluvia o las fases de la Luna.
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