Turismo entre jamones y zapatos
Expo-Ocio 2005, que acaba hoy, se ha convertido en un cajón de sastre más allá del tiempo libre
"El ocio es diversión; cuando uno come jamón se divierte, ¿o no?". Así explica Javier Cobeñas por qué tiene un puesto de jamones, tartas y salchichones ibéricos de Córdoba en una feria dedicada al ocio y al tiempo libre en Madrid. Sus estupendos embutidos lucen enfrente de un simulador de realidad virtual iluminado con luces de neón que se agita con vigor. Ofrece por dos euros un viaje en esquís a gran velocidad y otras emociones similares. El de Javier es uno de los 25 puestos de alimentación artesanal del pabellón 7 de Expo-Ocio.
Luis García ha traído por primera vez a este evento su mercancía desde Pontevedra y asegura que no piensa repetir porque "Madrid está muy limpio, no hay pasta". Detrás del mostrador aparece un estrecho aunque surtido muestrario de originales zapatos de diversos colores y formas, restos de su zapatería de Galicia. "Los clientes aquí pueden conseguir calzado de 120 euros por 50 o incluso 30, pero ni con ésas". A la pregunta de qué hace un zapatero en una feria de ocio, como buen gallego, responde con otra pregunta, mientras señala el puesto de enfrente: "¿Qué tienen que ver con el ocio las catanas japonesas o los chorizos? ¿Cuándo van a comprar las señoras? En su tiempo libre".
Al italiano Marco Rostagno, en cambio, las cosas le han ido bien. Ha venido desde Turín para vender queso parmesano y salchichones artesanales y piensa volver al año que viene. "Los salchichones españoles son buenos, pero nosotros tenemos cosas mejores", asegura a duras penas en una mezcla de español e italiano.
En medio del pabellón 3, el visitante se encuentra una escena que se repite más de 11 veces en la feria: una fila de ocho señores y señoras tumbados patas arriba en unos confortables sofás con aspecto de echarse una siesta. A su lado, un joven trajeado maneja los mandos de un sofá relax y habla lentamente de las ventajas del invento a un cliente probablemente dormido. Los sillones de masaje han sido este año la estrella indudable con precios "especiales" en torno a los 2.000 euros.
Entre las casetas de sofás relax se oye un ritmo de tamboril y aparece un grupo de goyescos que se ponen repentinamente a bailar. Es el día dedicado a Piedrahíta (Ávila) y ha habido actuaciones todo el día. Éste es el grupo El Candil, que emula en sus danzas los cuadros de Goya.
Como en toda feria, no podían faltar una dosis adecuada de puestos con recuerdos universales y mercadillo hippy con variados motivos orientales. Otro gran clásico son los vendedores de productos multiusos "mágicos", que lo mismo que te aspiran la cocina que te pelan y pican las patatas. Micrófono en mano o en cuello, realizan demostraciones fascinantes con verduras reales, que hacen las delicias de los espectadores. Además, eficaces, en cada ronda al menos cae un comprador.
Junto a los jamones, dos militares aburridos esperan en el puesto de la Armada a que alguien llegue a informarse. A sus espaldas, se expone una bomba en el espacio del Ejército de Tierra, junto a una reproducción de una avioneta. Junto a ellas un apuesto joven explica a dos chicas latinoamericanas los requisitos para que los inmigrantes puedan entrar en el ejército.
Pero también hay ofertas de ocio más tradicionales, como las clases de juegos malabares del Elefante Blanco, cursos de cocina de Gallina Blanca, el concurso de mus de las barajas de Heraclio Fournier y los paquetes de vacaciones y cursos de buceo.
Lo más innovador
en esta edición ha sido la tienda de los inventos, una nueva iniciativa empresarial que ofrece creaciones útiles y prácticos al alcance de todos los bolsillos: desde un cargador de móvil-linterna que funciona con una manivela, hasta un bolígrafo encajable en el dedo o una pieza para el jamonero que protege de los cortes.
Más información: Ifema. Hoy, último día, de 11.00 a 21.00. Precio: siete euros.
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