Políticamente correctos
Madrid se pone correcto, políticamente hablando, y yo flaneando por París, que también está cada día más correcto. La primavera se había adelantado también en París, estaba yo intentando fumar sin llamar la atención en una esquina del café de Flore, repasando los años gloriosos del Barrio Latino, impregnado de la rebeldía de su máximo mandarín, de ese Jean Paul Sartre, tan engagé, tan de dobles vidas, tan incorrectamente ejemplar en tantas cosas, tan de catecismo izquierdista en otras, cuando me llaman de Madrid para contarme que nos hemos liberado de la estatua con nocturnidad y habilidad administrativa, es decir, con un golpe de mano de eficacia y sin abandonar la corrección política. Mejores tiempos para la lírica. San Juan de la Cruz, que da nombre a esa plaza, estará más contento. Ángel González, el poeta que se ha pasado la vida frente a su estatua y cazando las cucarachas de su casa, estará brindando desde su Alburquerque sin humos, sin bares, pero con whiskys, aunque sean de Kentucky. Lo primero que pregunté cuando me contaron la bajada del caballo de Franco es: ¿qué van a hacer con el pedestal? Todavía recuerdo el consejo de Lichtenberg, "retirar las estatuas, conservar los pedestales". Siempre pueden servir para otro. Por ejemplo, para el asno que rebuzna del Quijote. Un asno que se perdió, y que hizo que los vecinos cogieran gusto al rebuzno. Todo un noble arte que algunos humanos practican, o practicaban, para demostrar que también, como ese noble compañero de cargas, están contentos. Confieso que rebuzné de alegría desde París. No será muy correcto, pero como está difícil fumar en esta que fue la capital del humo y del existencialismo, me salió un tímido pero feliz rebuzno. A Francisco Ayala -el escritor granadino con buena follá, ¿será correcto decirlo así?-, con el que no pude compartir la alegría de sus noventa y nueve años en compañía de amigos, le gusta mucho la aventura del rebuzno y recoge esa frase un tanto enigmática, o al menos crípticamente irónica, que dice: "No rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde". Ahora entiendo mejor la frase. Mientras unos pocos nostálgicos rebuznan reivindicando al dictador, otros lo hacemos liberados del peso del bronce. ¿En qué rebuznos tendremos que apuntar al alcalde Ruiz-Gallardón? Lo intuyo. Pero no quiero ser incorrecto. Me callo.
Antes de rebuznar, en mis paseos parisienses, me escapé a ver la exposición en la Bibliothéque National de France para conmemorar el próximo centenario de Sartre, recorrí sus salas llenas de manuscritos, libros y fotos, muchas fotos del escritor, del pensador de las manos sucias por el efecto de la nicotina. En la mayoría vemos a Sartre fumando, puros, pipas, cigarrillos. Pensamiento y humo, así pasaron sus años muchos de aquellos que se inventaron el existencialismo. Compré el catálogo y sí, ustedes ya lo habrán visto en este periódico, allí estaba una famosa foto de los tiempos de la P... respetuosa. A Sartre le han robado el cigarrillo. Se lo han quitado de las manos. Lo han dejado limpio de nicotina a su pesar, le han quitado el humo. Ya puestos, podían haberle corregido el estrabismo. No han llegado a tanto, se han puesto olímpicos, sanos, limpios de vicios visibles y han hecho invisible el cigarrillo que le acompaña de por vida. Si quieren verlo en estado puro, impuro, tendrán que pasar al interior. Ahí sí, de cien fotos, noventa se acompañan de su compañero de manos sucias. De manos sucias, a manos vacías. Que tenga cuidado el muy correcto Santiago Carrillo, que se prepare para las correcciones políticas. Al paso que vamos, cuando se celebre su centenario le quitarán los cigarrillos de sus fotos. Y Carrillo sí que sabe de fotos censuradas. Recordará cómo en sus tiempos estalinistas borraron, no un cigarrillo, sino la presencia entera de Trotski en cualquier foto oficial y correctamente comunista de la historia de la Revolución Rusa.
No es fácil seguir siendo fumador. No al menos en París y sin aguacero. Lo comprobé en uno de los restaurantes de moda, El Figón de San Julián, un lugar al que me llevaron José Jiménez y Pilar Algarra, responsables del Instituto Cervantes en París. Un restaurante que conocí hace años por ser el lugar de encuentros culinarios y literarios de algunos hispanos en París: Ramón Chao, Miquel Barceló, Óscar Caballero, Rossy de Palma; un pequeño y delicioso restaurante donde los españoles -en compañía de franceses, allí vimos a Catherine Deneuve- se quitan la nostalgia de los arroces, los jamones y otras delicias patrias. Lo regenta el conquense Alberto, todo un personaje que se rodea de camareros almodovarianos y que ha conseguido hacerse famoso en las noches parisienses y, sin embargo, seguir manteniendo sus deudas y sus deudores. Dentro de poco entregarán en Madrid su premio de relatos gastronómicos. Pues tampoco allí, tan moderno, tan español, es fácil fumar. La cosa se está poniendo dura. Yo me olvidé mis cigarrillos. Después de horas de mono, me rendí ante el animal fumador que llevo dentro, pedí un cigarro. Como si hubiera pedido un revólver. Nadie llevaba tabaco. Aviso para fumadores. Me pedí un güisqui, me sentí otro hombre que quería otro güisqui. Dos güisquis, la medida del lúcido casi centenario Paco Ayala, espero que esto sí sea correcto.
Regresé a Madrid. Había que llegar al homenaje a uno de los más geniales fumadores que uno ha conocido, el muy recordado Juan Muñoz. Uno de los pocos artistas españoles que uno se encuentra en los más importantes museos del arte contemporáneo del mundo. Ahora oímos sus trabajos para la radio, siempre estuvo en la vanguardia sin dejar su lado de cheli posmoderno. Un fumador que murió demasiado pronto. Enciendo un cigarro. Supero la náusea sartriana. Y prometo ser más correcto. Fumar menos, beber menos, rebuznar menos.
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