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Columna
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Elecciones en el Ateneo

Cuando escribo estas líneas debo suponer que José Manuel Botella ha revalidado su cargo al frente del Ateneo Mercantil de Valencia, donde ha consumido ya ocho años de su vida. El caballero se ha encariñado con la poltrona y cree que no ha llegado todavía la hora del relevo. Es muy rara la gente que ocupa el proscenio social y acierta a retirarse oportunamente. En este caso, además, es probable que tal resistencia esté justificada por el ímprobo esfuerzo desarrollado para salvar a la centenaria entidad de la pura quiebra y descrédito en que se encontraba. Es un reconocimiento que no se le debe escamotear y que avala, como decimos, la prolongación del mandato.

Pero dicho esto, tampoco hemos de soslayar que dicha entidad, más que centenaria, está necesitando una sacudida que la galvanice y restaure el pulso social y político -no partidario- de otrora, cuando enriqueció su hoja de servicios a la ciudad con la contribución a la Exposición Regional de 1909, la creación del Bolsín, la Escuela de Comercio o sus pronunciamientos cívicos pro europeístas cuando había que proclamarlos con riesgo, el llamado Plan Sur o el de Desarrollo Económico que nos marginaba. Eran otros tiempos y, como alguien dijo, toda la burguesía capitalina -o el estamento que por tal teníamos- se apiñaba en su salón columnario. Hoy el censo de asociados quizá no llegue a la mitad y, lo que es peor, no tiene apenas proyección alguna más allá de ese edificio aparatoso de visos arquitectónicos fascistoides.

Creo que Dolores Ausina y quienes con ella componían la candidatura alternativa apuntaban a ese objetivo revitalizador, tan legítimo como plausible. No creo que se les pueda reprochar nada que no sea su ingenuidad electoralista. Con tan solo buena voluntad no se puede sesgar la vieja inercia conservadora y las tretas de viejo muñidor que persisten en esa casa. Es asombroso el tesón y las zancadillas que se pueden poner para retener unos cargos que nunca han dado dinero, apenas brillo y sí, en cambio, algún disgusto cuando las autoridades constituidas homologaban la función ateneísta con la mera docilidad civil.

Lejos de mí la intención de terciar en este contencioso societario que no me incumbe más que a cualquier ciudadano. Pero alguien o algunos han cometido la vileza de extremar la pugna por el voto hasta el punto de ofender a la opción renovadora tildándola de lo que no es, o siéndolo quien así lo quiera tampoco cometería delito. Lo grave no es que se les repute de catalanistas, feministas o comunistas, como se ha reiterado públicamente, sino que tales imputaciones se escupan como descalificaciones infamantes. ¿Dónde está el espíritu ateneísta, de suyo progresista y liberal? ¿Son éstas las gentes que administran el legado meritorio de quienes dirigieron esa casa en horas de tribulación, como don Joaquin Maldonado Almenar y José Antonio Perelló Morales?

Todo lo cual abunda en la necesidad de abrir las ventanas de ese descomunal cascarón y aventar la banda residual de facciosos que no es digna de la historia de la casa ni ha puesto en hora su reloj ideológico. Para matar el ocio dándole al naipe, ver las mascletades en primera fila y pagar los gastos sociales de mera sobrevivencia no vale la pena penar por mantener viva una corporación lánguida, casi exangüe e imperceptible. Confío en que el ganador sepa el reto que le espera.

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