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Columna
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Territorio '$aplana'

En un genial daguerrotipo que Manuel Vicent publicó hace dos años en EL PAÍS, el novelista valenciano decía que Eduardo Zaplana no cree que exista un problema en este mundo que no pueda arreglarse con dinero. La doble negación retórica de Vicent equivale a la sencilla afirmación de que Zaplana lo ha arreglado todo siempre a golpe de billetes, incluso su propia supervivencia. Pero mi columna de hoy no trata del enriquecido político que ahora ejerce de portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, sino de Benidorm, ese enclave que utilizó como trampolín desde la alcaldía y en donde dejó su semilla mortífera antes de dar el salto al escenario nacional.

Benidorm. A menudo sucede que los medios de comunicación de gran alcance, empeñados en dar una visión global de las cosas, se olvidan de escarbar el terreno que pisa la gente ordinaria y dejan ese ámbito informativo a los pequeños periódicos de barrio, que sí toman el pulso de sus habitantes. El Mirador, un semanario gratuito de Benidorm, es uno de éstos. Veamos lo que publicó la semana del 10 al 16 de febrero de 2005:

La noticia principal de su portada se titulaba Defensa propia y en ella se hacía eco de que los vecinos de una urbanización del lugar están preparando patrullas de vigilancia callejera para combatir el incremento de robos y atracos. Leída desde el exterior, cualquiera diría que se trata del argumento de un western. Pero no, es Benidorm. La segunda noticia atañe a una entrevista con un hotelero benidormí despavorido ante el último atentado de ETA en la ciudad, con el que la banda armada busca afectar el turismo de la zona. "Estoy contra la violencia, violencia no, mil veces no a la violencia", dice este hombre. La tercera es un gran anuncio publicitario: "¡Atención promotores!, 12.000 metros para bungalows, chalets, apartamentos, impresionantes vistas a la bahía, precio: 840.000 euros".

He aquí, a grandes rasgos, la cotidianeidad de Benidorm, una especie de Las Vegas español en el desierto alicantino, donde proliferan las mafias, la extorsión, las comisiones del 3%, los maletines repletos, los aviones privados, el lujo de nuevos ricos, el perfume de mujeres caras con pubis apetecibles, todo ello al abrigo de la violencia inaudita que se ejerce en luminosos despachos custodiados por guardaespaldas y que consiste en recalificar terrenos y construir sin descanso edificios y campos de golf. Esa violencia es menos espectacular que la de ETA, tal vez por eso permanece impune.

Benidorm es atracción turística, fachadas resplandecientes bajo el sol y noches de ansiedad de miles de ciudadanos que sucumbieron al espejismo y ahora deben arreglárselas para amortizar hipotecas imposibles. Benidorm es al mismo tiempo la sonrisa despectiva de Zaplana en el telediario y la angustia del padre de familia a quien una banda organizada le ha robado los muebles, que aún estaban sin pagar. Benidorm es la metáfora del castillo de naipes que se mantiene en equilibrio imperfecto, a la espera de un viento que lo derrumbe. No harán falta tempestades, una suave brisa bastará para darle el golpe de gracia. Benidorm es un enfermo terminal, podrido por la septicemia del capitalismo salvaje. Benidorm es paraíso del crimen, ciudad sin ley, Territorio $aplana.

www.manueltalens.com

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