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Reportaje:

Impulsivos, no maleducados

Especialistas reunidos en Valencia abordan el tratamiento de los niños con déficit de atención

Cuando vuelva a cruzarse con un niño contestón, incontrolable, pesado, ruidoso, incapaz de estarse quieto y de dejar de molestar a otros niños o a sus padres no piense que necesariamente se trata de un pequeño maleducado. Puede serlo, pero es muy probable que no lo sea; sino que padezca una patología psiquiátrica de raíces biológicas denominada Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). La tasa de afectados varía según los estudios, pero suele oscilar entre el 5% y el 8%, "uno en cada clase", como apunta el neurólogo del hospital La Fe de Valencia Fernando Mulas. En un informe elaborado en Valencia dirigido por el catedrático en psiquiatría Manuel Gómez Beneyto, se concluye que entre el 3,5% y el 8%, de los niños de Valencia capital sufren este trastorno.

Se trata de chavales que se aburren, que no se concentran y no se esfuerzan en sus tareas

No siempre es fácil detectar el TDAH porque no siempre se presenta la misma cara. Hay elementos comunes, como el déficit de atención. Se trata de chavales que se aburren, que no se concentran, se distraen con cualquier cosa y no se esfuerzan en sus tareas. Les cuesta seguir instrucciones, dejan rápidamente lo que están haciendo para atender a ruidos o cuestiones triviales -una conversación lejana, el ruido de un coche-, son muy olvidadizos o evitan hacer actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido. El déficit de atención es más frecuente en niñas, que pasan por despistadas o incluso por poco espabiladas. "Esto que puede ser normal en niños de tres años no lo es, por ejemplo, en uno de siete", apunta Mulas, que también es director del Instituto Valenciano de Neurología Pediátrica (Invanep). El déficit de atención va aparejado con la impulsividad. Menores que no controlan sus impulsos, que saltan enseguida porque se muestran incapaces de inhibir su primera reacción. Suelen responder sin pensar o sólo ven las consecuencias de sus actos cuando es demasiado tarde y además no aprenden o les cuesta mucho aguardar su turno, por ejemplo en juegos, por lo que no son aceptados por sus compañeros.

Además, en ocasiones, algunos de ellos también presentan hiperactividad. "Éste es el comportamiento que más destaca, por eso muchas veces se suele referir la gente a este síndrome como el de niños hiperactivos, pero no se presenta necesariamente, a pesar de ser el más llamativo". A estos niños les cuesta estarse quietos, se retuercen en su asiento, saltan o corren en situaciones inadecuadas y les resulta difícil jugar tranquilamente.

Todas estas actitudes hacen que a los ojos de la gente no sean más que pequeños maleducados que no saben comportarse ni con otros niños ni con personas mayores . El problema es que no se trata de una forma de comportamiento derivada de la dejación de responsabilidad de sus padres, sino de una enfermedad que hunde sus raíces en un problema biológico. Como apunta Mulas el origen es una disfunción por falta de maduración de la parte frontal del cerebro, en la corteza -concretamente en las estructuras subcorticales- que impide que las conexiones con estructuras del cerebro más profundas funcionen correctamente. De ahí la necesidad de un abordaje farmacológico, además de los psicológicos y psicopedagógicos a este síndrome con un cada vez más claro componente genético.

"El 75% de los pacientes pueden responder muy bien si se tratan", apunta el neurólogo. El arsenal terapéutico se centra básicamente en la dopamina y la noradrelalina, dos neurotransmisores que trabajan en el área prefrontal del cerebro, zonas que controlan los impulsos y que, entre otras funciones, permiten que las personas puedan concentrarse y terminar una acción. Además, se recomienda abordar el síndrome desde otros frentes, como la psicoterapia conductual, para enseñar al niño a controlarse, y apoyarlo en el colegio, no necesariamente disminuyendo la exigencia académica, sino a través de estrategias que mejoran la eficacia del niño en la consecución de mejores resultados escolares.

Otro aspecto relevante es el tratamiento a los padres. Hasta que se diagnostica al niño desconocen que le pasa y sufren por creer tener un niño maleducado a pesar de los esfuerzos que realizan. "Esto es muy angustioso para los padres, ya que sus hijos aparentemente no presentan ningún problema" y a pesar de los esfuerzos que realizan, son incontrolables. "Muchas veces acabamos tratando también especialmente a las madres, que son quien más tratan con ellos por depresiones", apunta Mulas. También ellos necesitan tratamiento destinado a enseñarles a marcar a sus hijos pocos límites, pero estables o a recordar que pese a la conducta negativa, el niño también cuenta con muchos valores positivos.

Hasta el domingo, especialistas nacionales e internacionales abordarán este trastorno psiquiátrico, el más frecuente entre la población infantil, en el primer congreso nacional del TDA con o sin hiperactividad, que se celebra en Valencia.

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