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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Decantación musical de la pintura

Principio es el título que ha puesto a su exposición José Manuel Broto, nacido en Zaragoza en 1949 y, en la actualidad, residente en París. En el bello prólogo que ha escrito el propio artista como presentación de la muestra hay, como encabezamiento, una cita del compositor Ligeti, donde éste alude a la música como lejana y remota, surgida en la noche de los tiempos, y, por tanto, que existirá siempre, aunque nosotros sólo percibamos un diminuto fragmento. Algo así se puede afirmar acerca de la pintura, que, en los términos usados por Ligeti, es, desde luego, mucho más que una determinada técnica, soporte o formato; es, digámoslo de esta manera, la canción del color, o, mejor, de la luz.

BROTO. PRINCIPIO

Galería Soledad Lorenzo

Orfila, 5. Madrid

Hasta el 12 de marzo

Desde que se diera a conocer hace ya treinta años, José Manuel Broto ha recorrido toda la escala de la pintura-pintura, como enfáticamente se decía en el radicalismo de los años setenta, no sólo planteándose su analítica formal, sino acogiendo con bravura sus abruptos acentos expresivos; esto es: su fuerza sentimental. Ha sido, durante este largo proceso, silencioso y constante, obstinado y, sobre todo, lo suficientemente intenso como para plantearse su quehacer, al cabo de los años, siempre como un principio, un recomenzar, que da frutos, cada vez distintos, o, por qué no, cada vez más distinguidos.

Los cuadros pintados en 2004, que ahora exhibe, son, por de pronto, el fruto maduro de una decantación, con sus colores atrevidos y brillantes, pero de tenue y refinada palpitación luminosa. La composición es sencilla y nítida: campos de color contrastados, pero de sutil aplicación homogénea, como una ligerísima capa transparente, en cuya superficie bailan fluidos gestos que tejen el ritmo y el relieve cromáticos de este espacio así animado cual si se tratase de una ondulación de compleja energía, la escritura musical de un pentagrama luminoso. Es el reino de la levedad del ser, cifrando su movilidad sobre el elástico lecho de pantallas uniformes de azul, rosa, gris, carmín, verde, amarillo, negro..., aunque sería mejor su enunciación plural, porque lo es su matiz y su combinatoria. El flamear gestual que abanica, crepita o centrifuga esta palpitante superficie cobra como un impulso coreográfico, de movilidad danzante, porque estas caricias figurativas son arpegios musicales que dan cuerpo a la uniforme sonoridad sostenida del fondo orquestal, que se sostiene con la transparencia del rumor saturado y dulce, embriagador, de una melodía a lo Debussy.

Esta maravillosa pintura úl-

tima de José Manuel Broto es, en efecto, una decantación, que se extiende y gotea como algo que se precipita al cabo de un tiempo largo para quedarse tan sólo con la esencia. Un casi nada, que es el registro de casi todo. Una atmósfera. Un perfume. Apenas un estremecimiento. El brillo que resta cuando se retira el agua en el litoral, iluminado por luces rasantes, y, por un momento, todos los elementos entremezclados, se nos muestra el deslumbrante reflejo, el ronroneo y el perfume salobre de la canción del mar. Es, quizá, sólo un pequeño fragmento perceptible de la inagotable pintura, pero inolvidable.

'Escudors' (2004), de José Manuel Broto.
'Escudors' (2004), de José Manuel Broto.

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