Euforias
Tienen una gran capacidad de histrionismo o su condición de dirigentes políticos y empresariales les ha utillado para desactivar dialécticamente los problemas y reteñir de colores alegres lo que, datos y prospectivas en mano, se nos antoja un futuro desalentador en muchos aspectos. Optimista por necesidad del guión, o acaso por su propia naturaleza, la guardia pretoriana del presidente Francisco Camps predica euforia sin ceder ante ninguna objeción. Todo marcha bien, dicen, y se cumple según el proyecto, sin especificar de qué documento o propuesta estamos hablando. Lo esencial es irradiar convicción y acción virtual de gobierno. La observación vale para cualquier partido en el poder, pero ésta es particularmente pertinente para el PP valenciano, instalado en una nube acrítica y eufórica.
Quizá haya alguna excepción, pero yo la desconozco. Lo que habitualmente constato es que, de consejeros abajo, la mayoría del clan gobernante opina que vivimos en el mejor país de los posibles, sin que haya que parar mientes en la ocupación y uso de su territorio, tan condensado en el litoral, a trechos caótico. Tampoco parece que les desasosiegue la fragilidad de nuestro equipamiento industrial para afrontar la competencia, beligerante y ambiciosa, que ya se nos ha instalado en la acera de enfrente. Esperemos que los empresarios valencianos, que estos días se reúnen para hacer examen de conciencia y análisis de futuro, les sacudan ese gesto felicitario que se les ha estampado en el rostro y se mentalicen con los cambios que se están operando ante sus narices.
No sugiero que los políticos en cuestión sean bobos de Coria. Más parece que su distanciamiento de la realidad sea decantado por la misma atonía del Consell, que a menudo no se sabe si sigue ahí o se ha tomado unas vacaciones. Eso es, al menos, lo que se percibe y que, según nos cuentan, deprime al molt honorable, convencido de estar llevando adelante una labor política señera. Lo malo es que, en la calle, ante los cenáculos más avisados, sólo trasciende que la Generalitat está cercada por sus deudores, a quienes, oh, albricias, se les ha prometido que cobrarán en el curso de este año. También podría ser otra de las euforias que el Gobierno autonómico administra sin recato.
Hemos aludido a la depresión del presidente, lo que hay que entender de modo figurativo, pero no nos extrañaría que acabase siendo presa de gran desánimo a la vista del discurso cerril y reiterado con que algunos de sus propios -decimos del presidente de la Diputación de Valencia- le alborota el conflicto lingüístico. ¿Pero cómo podemos seguir anclados en estos ciscos cuando tenemos ante nosotros tan tremendos retos? Entre otros, y no el más leve, averiguar qué queremos y nos espera en la Europa que se configura a partir de los recursos que tenemos, y que no puede ser únicamente el turismo y la venta de parcelas y adosados. Comprendemos que si el presidente Camps reflexiona sobre estos extremos ha de sentir un profundo desánimo, siendo tan magro el rendimiento de su equipo. Ya no moviliza el latiguillo del agua para todos, o el del pasivo financiero heredado. Queda por ver lo de las cien mil viviendas prometidas, pero por el momento lo que se constata es la mueca eufórica de los consejeros y adláteres, que dan el pego del buen gobierno, mientras la oposición confía en por mera atracción gravitatoria -que no mérito- llegue un día a ocupar la Generalitat. Y todos tan contentos.
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