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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Mujeres puestas en jarras

La reacción en Belfast al último asesinato del IRA me ha resultado familiar. Apenas medio millar de personas en la manifestación de condena. Y a la cabeza, seis mujeres que han dicho en voz alta lo que los hombres apenas se atreven a susurrar. Los irlandeses no son tan diferentes de los vascos. Las mayores diferencias se dan entre ellos mismos. Como nos sucede a nosotros.En esa humilde respuesta cívica, la posición de esas mujeres con las manos en la cintura se ofrece como un programa imparable cargado de futuro. Son el adelanto de una sociedad enfrentada a los guerrilleros convertidos en matones de barrio.

En Euskadi los nacionalistas no han dejado de invocar la experiencia de Irlanda. Llega la hora de enfrentarse al espectro en que se han convertido sus héroes de antaño.

Mirémonos pues en el espejo irlandés. ¿Qué busca la ETA actual? ¿Y Batasuna? Quedarse como están. Mantener desde la sombra los despojos del poder social que un día ostentaron desde el ayuntamiento y desde la mesa del fondo de la herrikotaberna. Añoran aquellos contoneos tabernarios. Levantar la voz diciendo: "Yo a ti te conozco". Y percibir en el otro la mirada de turbación.

En Belfast seis mujeres republicanas se han sublevado contra este IRA miserable. Las mujeres, la madre, la esposa, la hermana, la hija, tienen un poder y una responsabilidad especial tanto en el nacimiento como en el final de un movimiento terrorista.

En la inminente cita electoral, los partidos nos ofertan dirimir decisiones públicas trascendentales. Sin embargo, la voluntad social sobre la que se asienta la convivencia en igualdad y en libertad se dilucida a profundidades mayores que las de una votación.

La prisa suele jugarnos malas pasadas. Me dicen mis amigos que algunas personas que por su profesión han venido estando protegidas, están renunciando a sus escoltas. Quizás la debilidad evidente de la organización que les amenaza les lleva a considerar que la alteración de su vida cotidiana es un precio excesivo a pagar. Ansían la normalidad y corren el riesgo de creer que basta con comportarse normalmente sin hacer de cada día una excepción.

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Pero el hundimiento de ETA, aunque real, no significa, sin más, el triunfo de la cordura. Como en Belfast, hay vascos que han cogido el vicio de matar y seguirán hundiéndose más y más en la depravación moral. Acabarán matando o apaleando a un abertzale que les falte al respeto en el bar del barrio. Pero no harán ascos en llevar la desgracia a una familia de enemigos tradicionales, si descubren que hacerlo les resulta fácil y sin riesgos.

Así que, por favor, en el aniversario de todas las mujeres que se han puesto en jarras ante la historia, sigamos teniendo cuidado ahí fuera.

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