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Ciudadanas

La irrupción de nuevas maneras de entender el hecho femenino en nuestro entorno es, afortunadamente, un fenómeno creciente e incuestionable. Pero a la vez que va manifestándose como tal, convivimos todavía con varias muestras de malestar de nuestra cultura hacia el derecho a la libertad de las mujeres, libertad que se intensifica de manera directa cada vez que participamos activamente desde distintos ámbitos proponiendo nuevas reglas de juego. Reconocer el papel que las mujeres desempeñamos en la gestión y la vida de este país, es una asignatura pendiente que nuestras estructuras sociales se resisten todavía a incorporar decididamente. Reconocer el derecho a la expresión diversa de la feminidad, articulada desde la propia experiencia de las mujeres, sin acompañamientos ni límites, es aún hoy un hito no conseguido.

Queda muy bonito loar el papel abnegado y de entrega silenciosa de muchas mujeres, hacer declaraciones grandilocuentes reconociendo estas aportaciones y conmover a las audiencias con observaciones sobre los infiernos familiares y laborales que viven muchas de ellas. Somos una sociedad dispuesta a asumir imágenes de mujeres protagonistas, pero sólo con algunos pocos registros: o luchadoras incansables por el bienestar de los demás, o víctimas comprensivas ante los deseos masculinos, o especialmente comprometidas en in-discutir la hegemonía de unos universales neutros que curiosamente se conjugan en masculino siempre. También es cierto que se puede hasta llegar a asumir la existencia visible de líderes de opinión femeninas, triunfadoras en campos profesionales específicos o pioneras en los mismos, pero sólo como excepciones y sin dar demasiada cuenta de los costes altísimos que han pagado para llegar a un lugar destacado desde el que poder llevar a cabo su proyecto personal o colectivo. Pocas son las veces en que se ha destacado su esfuerzo de no someterse a unas reglas impropias de su proyecto personal, y muchas las que ante el menor fallo son consideradas ejemplos, que confirman la regla, de que las consecuencias de una vida in-pertinente son el fracaso en el orden familiar o personal. "Como era de prever". "Como queríamos demostrar".

Por otra parte, cada vez que se abren espacios por los que circulan nuevas y diversas formas de expresar la experiencia de ser mujer, sorpresivas e inesperadas, se disparan automáticamente dispositivos de alerta para contener el seísmo que esto supone. Porque, ciertamente, eso es lo que ha de suponer. Aparecen siempre voces que acusan a los feminismos, calificados de vetustos y manipuladores, de intentar mover el mundo en contra de su sentido natural, de pretender cambiar el curso de las aguas, de desear que llueva al revés. Voces reaccionarias y anacrónicas que salen en defensa de un supuesto orden normal de las cosas que nos mantenga a las mujeres como iconos silenciosos, comparsas en funciones destinadas sólo a justificar la fuerza y asistir a la exhibición de los varones, supuestos líderes naturales y modelos de cómo hay que representar la existencia de lo humano sobre la tierra.

Estas resistencias, expresadas normalmente con amplificados altavoces, están dando a entender también muchas cosas sobre el miedo a la pérdida de privilegios. Persiste una incontrolada tendencia a considerar que la expresión de la feminidad, sin el control de lo viril, viene a provocar una suerte de desorden. Persiste todavía la idea de que nombrar lo femenino como dependiente garantiza la armonía y el equilibrio entre los sexos frente al desequilibrio inarmónico que se asocia a su expresión diferenciada.

¿Cómo, si no, se explica este echar mano continuamente de sospechas infundadas sobre la autoridad de las mujeres en su denuncia de los malos tratos, esta continua recurrencia a las invalidaciones profesionales, por el hecho de ser mujeres, de tantas ministras y consejeras, madres, profesoras, empresarias, directoras de medios de comunicación, escritoras y científicas? Este descrédito sistemático frente a cualquier discusión de los modelos de sexo y a su reacción directa, nos da la medida de la profundidad real del movimiento de las mujeres que, conscientemente o no, ha sido promovido por sufragistas, feministas, ecofeministas, etcétera, ismos todos ellos que, aunque han sido acusados de totalitaristas, no han dado jamás muestras de ninguna tentación reduccionista u homogeneizadora. A pesar de cómo han sido expuestos a la opinión pública -que, dicho sea de paso, no es otra cosa que la opinión que se publica. Las mujeres en movimiento entablan nuevas relaciones, confirman muchos proyectos vitales, intercambian discusiones nunca antes promovidas, exploran en las flaquezas y las transforman en fuerzas estratégicas para avanzar en la solución de problemas que son, ni más ni menos, enfermedades sociales en proceso y peligro de cronificación. Ponen en discusión, asimismo, la naturaleza perversa de algunos atributos o poderes simbólicos asociados a la feminidad y otorgados en su mayoría por intereses más propios del patriarcado que de proyectos de vida autónomos de las mujeres.

Pero todo ello no puede frenar en absoluto la propuesta transformadora, el avance que supone nombrar también el mundo en femenino y el proceso de construcción de un nuevo marco de relación entre hombres y mujeres que favorezca nuevas complicidades en lo social, laboral, cultural y personal, que entienda de autoridad y no de poder. Tampoco de dominación. La inversión de futuro que este nuevo espacio de relación supone para la sostenibilidad social debe ser caracterizado por la superación y el abandono de todas las dinámicas que, hasta hace bien poco, han ahogado un crecimiento imprescindible para nuestro país. Necesitamos estrategias que garanticen la tolerancia cero frente a la discriminación y las violencias que de ella se derivan. Necesitamos la sintonía del conjunto de la sociedad, instituciones y gobiernos comprometidos y una sociedad civil, vigilante y crítica que permita dar los pasos decisivos hacia el reconocimiento de los derechos de plena ciudadanía de las mujeres, por los que hemos estado luchando desde hace tanto tiempo.

Marta Selva Masoliver es presidenta del Instituto Catalán de la Mujer.

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