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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos de Europa en pista cubierta Madrid 2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

A dos centímetros

La cántabra Ruth Beitia consigue la medalla de plata, superada tan sólo en el último momento por la rusa Anna Chicherova

Carlos Arribas

Entre chotis, que anunciaban a la madrileña la ceremonia de entrega de las medallas, los silencios de Manolo -el lanzador leonés exige un silencio de iglesia, religioso, cuando se prepara para girar en su círculo- y el cañonazo tremendo que saludaba los lanzamientos de Martínez, Anna Chicherova, una jovencita rusa, 1,80 metros, 55 kilos, silenciosa e inmutable, se preparó para su tercer salto sobre 2,01 metros. El último intento. Si lo pasaba, tendría el oro. Si fallaba, haría feliz a Ruth Beitia. Más feliz aún. Porque la cántabra ya estaba en las nubes. Seguía mucho más arriba del 2,01, que ella no había saltado; mucho más alta. Tenía una medalla de plata segura. El oro lo tendría si fallaba la rusa. La rusa no falló.

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Ruth Beitia, cántabra de Santander, de casi 26 años, saltadora altísima, 1,92, había dado el salto de su vida un cuarto de hora antes. También entre chotis, silencios y cañonazos. Se había movido a amplias zancadas, en creciente velocidad, acelerado tremendamente, en marcada curva, inclinado la cabeza y el torso hacia la izquierda, levantado elegante y sincrónica la pierna libre, trazado un arco con los largos brazos, las ágiles manos, había pasado de espaldas su centro de gravedad por encima del listón, a 1,99 metros, y después el resto del cuerpo, hasta las puntas de las zapatillas. Lo había pasado a la primera. Su séptimo salto de la tarde. En ninguno había derribado. Era un salto de oro. O así le supo a la atleta entrenada por Ramón Torralbo, a la chica que a veces se mosquea cuando le hacen ser protagonista, a la devoradora de chuches, a la voz alegre y animada en los viajes de la selección, a la mujer que aparentemente es pura madurez, pero que sufre, que se agobia ante las grandes oportunidades que su clase y su trabajo le han deparado.

Era un salto de oro porque su gran rival, la rusa elegante, había hecho un nulo en el 1,99 y todavía tenía que saltarlo, porque ya no había nadie más en la pelea, porque tampoco estaba Marta Mendía, la otra española, la navarra que elevó la altura femenina en España, que le dio consistencia internacional antes de la llegada de Beitia y que después siguió colaborando con ella, entrenándose juntas a veces, llevando juntas los problemas, soportando juntas entrenamientos técnicos a cuatro bajo cero, como la semana pasada, cuando la penúltima ola de frío. Marta Mendía se paró en 1,95 metros y terminó cuarta. Dejó sola a Beitia.

Y Beitia saltó a la primera el 1,99. Y, repentinamente, la adrenalina abandonó su organismo, huyó con la ovación de un Palacio rebosante que acabó con silencios, cañonazos y chotis. Involuntaria, inconscientemente, se dio por satisfecha. Intentó concentrarse. Relajarse en el suelo. Interiorizar la alegría. Intentó todas las técnicas que conocía para prepararse para el 2,01, la altura que la elevaría hasta donde nunca había llegado. "Pero el 2,01 no lo tenía en la cabeza", dijo; "los dos primeros intentos fueron alocados, caóticos. En el tercero me acerqué bastante. Si el tercero hubiera sido el primero, otro gallo habría cantado".

Y Chicherova, una mujer que tiene una mejor marca de 2,04 metros -el tope de Beitia es de 2,00 metros-, aprovechó que saltaba siempre después de la cántabra. Se concentró. Ejecutó. Saltó.

Ruth Beitia grita de alegría tras rebasar el listón a 1,99 metros.
Ruth Beitia grita de alegría tras rebasar el listón a 1,99 metros.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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