La lucha entre Muti y Fontana crea una grave crisis en la Scala
Sus 800 trabajadores aprueban una huelga indefinida en los estrenos
Las buenas óperas suelen ser largas y emocionantes. También suelen contar una historia muy sencilla de forma casi incomprensible. Así ocurre estos días en la Scala de Milán. El teatro lírico más célebre del mundo sufre una grave crisis traducida en deudas, huelgas, despidos y enfrentamientos políticos, que puede resumirse en unas pocas palabras: nadie soporta al director, Riccardo Muti, pero nadie se atreve a vivir sin él.
En un sentido estricto, la crisis estalló el 24 de febrero por la tarde con el despido del director general, Carlo Fontana, y el nombramiento de Mauro Meli para reemplazarle. Desde un punto de vista operístico, el clímax se produjo ese mismo día por la mañana, cuando varios centenares de trabajadores del teatro, entre ellos los maestros de la orquesta, se congregaron bajo el balcón del Ayuntamiento de Milán para protestar a su manera: cantando el 'Va pensiero' de Nabucco.
Todos los intentos de reconciliación entre Fontana y Muti habían fracasado. Los dos personajes se odiaban cordialmente desde hacía tiempo y, puesto a elegir, el consejo de administración de la fundación que gestiona el teatro se quedó con el gran maestro. Muti, que ya ha dirigido 17 estrenos, entre ellos el de la Europa riconosciuta, de Salieri, que reinauguró el teatro a finales del año pasado, vive para la Scala, trabaja casi exclusivamente para la Scala y es mundialmente identificado con la Scala. Fontana estaba condenado de antemano.
Riccardo Muti goza de grandes simpatías entre el berlusconismo. Y en el consejo de la fundación figura Fedele Confalonieri, presidente de Mediaset (el holding televisivo de Silvio Berlusconi) e intimísimo de Il Cavaliere. Fontana, en cambio, era apoyado por los sindicatos y los partidos de izquierda. ¿Un asunto político? Quizá sí, pero tan confuso y disparatado como el que en su momento enfrentó a tirios y troyanos. Hay izquierdistas con Muti y conservadores que, como Fontana, los sindicatos y la inmensa mayoría de los empleados del teatro, creen que Muti se ha transformado en un dictador artístico que lleva la institución al desastre.
Prueba de que no existe una clara división política entre los dos bandos es la ferocidad de las críticas de Franco Zeffirelli contra Riccardo Muti. Zeffirelli es un acreditado director de montajes líricos que, además, ejerce como senador de Forza Italia. Sin embargo, no soporta a Muti, ese tipo "ebrio de sí mismo", que dirige producciones "horrendas, anales y estreñidas", que "impide que trabajen para la Scala otros directores", que "ha arruinado la magia del teatro" y "lo está llevando a la ruina".
Antes de la reunión del consejo que acabó con Fontana, los trabajadores se fueron a protestar al Ayuntamiento (cuyo alcalde, berlusconiano, preside la Fundación de la Scala) con el Va pensiero. Luego, cuando se confirmó la destitución y el fichaje de Meli, convocaron una asamblea en la que, por 800 votos a favor, ninguno en contra y 3 abstenciones, se aprobó una huelga indefinida en todos los estrenos de la Scala. Los 800 votos incluían desde el primer violinista al que limpia los lavabos: una asombrosa unanimidad teóricamente favorable a Fontana, que, en realidad, constituía un rechazo a Muti.
La situación aparece oscura. La huelga obligó a suspender el estreno de La dama de picas, de Chaikovski. Por otra parte, la restauración de la Scala y la construcción del Arcimboldi, que albergó la ópera mientras se renovaba el histórico edificio milanés, han dejado una deuda superior a los 10 millones de euros. Y el nuevo superintendente, Mauro Meli, no encarna una garantía de sosiego y rentabilidad: en el teatro lírico de Cagliari dejó tras sí un agujero de 25 millones de euros y un embrollo político que desembocó (por el momento sin conclusión) en una demanda judicial y una investigación parlamentaria.
Es difícil exagerar sobre las consecuencias de la crisis de la Scala en el delicado subconsciente de la plutocracia milanesa. El 70% de los espectadores del teatro vive a menos de un kilómetro del Duomo, en la zona más noble de la ciudad. La gran burguesía milanesa, es decir, italiana, se siente representada en la Scala, y todo este barullo no hace ningún bien a la imagen internacional de la ciudad. Aunque a Silvio Berlusconi, el más rico de los burgueses de Milán, todo esto no le habrá quitado una hora de sueño: la ópera le aburre.
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