Para llegar a Juan Benet
Dos razones hallo en estos textos para que los amantes de la literatura con mayúsculas nos encontremos de enhorabuena: el hecho de que dos de ellos estuvieran agotados y fueran inencontrables y el que constituyan, en su trabazón y complementariedad, el mejor vehículo, en mi opinión para, si no se ha hecho ya, se lance un primer vistazo al rico y plural universo benetiano, tan motejado de difícil, aburrido o inabordable. Y esta segunda función la cumplen aún mejor que Otoño en Madrid hacia 1950, volumen siempre citado a esos efectos, por su amenidad de prosa.
Puestos a señalar orden de lectura yo me adentraría primero en Una tumba. Una escritura que, a su fluencia, concisión, poderío y nervio añade la condición de cuento de fantasmas, de ghost story. El numen benetiano sintetiza y lleva adelante, por primera vez en las letras españolas, lo que en las francesas o anglosajonas es común y fue cultivado sin empacho ni desdoro por sus más grandes autores. El escritor más original e innovador, y Benet lo fue mucho, se incardina en una progenie y la reconoce. Los nombres que más presente tuvo aquí fueron Henry James en cuanto al ingrediente demoniaco y malvado que, más allá de la vida y el sepelio, misteriosa y espectralmente todo lo contamina y rige. Pero otro lado asoma y colma la narración: ese espesor decadente, de saga familiar y de país y tiempo, cuyos polos son un viejo y odiado militar y su remoto nieto que, claro es, nos llevan inmediatamente a recordar a Faulkner, uno y quizás el mayor de los modelos de Benet.
EL ÁNGEL DEL SEÑOR ABANDONA A TOBÍAS
Juan Benet
Taurus. Madrid, 2004
217 páginas. 17,50 euros
UNA TUMBA. NUMA
Juan Benet
Alfaguara. Madrid, 2004
133 páginas. 11,50 euros
Numa (una leyenda) es otra cosa. Traza los brumosos contornos físicos de un bosque prohibido y caracteriza a su mítico, cruel y desamparado guardián, llamado Numa. El primer tramo de la narración es ahora Benet puro y duro: un ejercicio de virtuoso en torno a todas las muy plurales figuras imaginativas y de lenguaje que pueden formarse, tomando pie en conjeturas e hipótesis vertiginosas, acerca de tan insólito ser. En la parte final, Benet aflojó las riendas, y nos deja avanzar con más presteza por un episodio de enfrentamiento a muerte entre dos sujetos, tan bien construido y resuelto como la más descarnada y febril de las secuencias del mejor western. Aquí, por la absoluta indeterminación de tiempos, espacios, personas, fines, acontecimientos, se acuerda uno más de Kafka, y en particular de El castillo. Numa (una leyenda), en su primera edición de 1978, se ofreció, fórmula muy innovadora y rara, en unión de un soberbio ensayo Del Pozo, subtitulado: 'La deuda de la novela hacia el poema religioso de la antigüedad', constituyendo, en esencia, un texto que polemizaba abiertamente y de tú a tú con el ciclo novelesco de Thomas Mann en torno a la figura del bíblico José.
Siempre tuve a El ángel del Señor abandona a Tobías y no sólo por su extensión, como el ensayo mayor de Benet, que escribió muchos y todos excelentes. Ya la Advertencia previa nos enfrenta al Benet más desobediente, derogatorio y siempre a la contra de lo que estuviera "a la última", que para él suele ser más que último grito intelectual que ponía en jaque a lo anterior, lo obvio y sin fuerza, lo rutinario y acrítico. No es raro, pues, que en la fecha de composición del ensayo (1976), su autor arremeta sin contemplaciones contra Saussure, el estructuralismo, la semiótica y toda la ciencia del gusto juzgada aquí y en otras partes, siempre, impostora e inútil. Los temas abordados son muchos, de fuste y bien urdidos: la cambiante función del tiempo y el espacio en la plástica y la escritura literaria, la figura de Sócrates, la experiencia religiosa, el fenómeno amoroso, la pintura y el grabado de Rembrandt, etcétera. Tengo que confesar mi arraigada debilidad por este tipo de crítica, culta pero sin aparataje erudito o de notas, a veces salpicada de elementos de arbitrariedad e incluso errónea o injusta, pero con un admirable discernimiento lógico, originalidad, frescura, combatividad y elegancia. Si hacemos memoria, ése fue el estilo de muchos creadores -críticos del siglo pasado y de éste, de Eliot a Paz, de Connolly a Blanchot, de Cernuda a Seferis-. Incluso un indudable y eruditísimo profesor, como George Steiner, abogó por el texto limpio de parásitos, en su inolvidable ensayo Presencias reales. Para los susceptibles y desconfiados es preciso decir que el ensayo de Benet, ahora recuperado, no presenta en absoluto las escarpaduras, paréntesis, subordinadas y meandros de lengua que caracterizan a su prosa narrativa. Esa que al neófito o abandonista de otros intentos le animo a acometer tras estos suculentos y accesibles entrantes.
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