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América entre nosotros

Hasta el 3 de marzo puede visitarse en una sala de exposiciones de la calle Llibreria de Barcelona (junto a la plaza de Sant Jaume) un Homenaje al poeta y traductor David Rosenthal. Quizá este nombre no les diga nada a muchos lectores, pero Rosenthal es el responsable de una gesta transoceánica rotunda e inapelable. Este americano de Manhattan es el traductor del Tirant lo Blanc que más éxito internacional ha tenido hasta el momento. Su versión al inglés de "the lusty medieval classic" (el "vigoroso clásico medieval") -como reza en la portada- vendió decenas de miles de ejemplares, y con ella nuestro caballero ganó otra batalla en el centro de este imperio, fue leído con avaricia en el metro y resultó juzgado con rigurosa excelencia por los más prestigiosos suplementos literarios. Aún recuerdo aquel luminoso día de agosto, hace quince años, en que un librero de memoria prodigiosa me entregó un ejemplar de aquella traducción en una librería legendaria, Gotham Book Mart. Con su libro, Rosenthal consiguió probablemente que haya, en proporción, más neoyorquinos lectores del Tirant que vecinos de la ciudad de Valencia, entre otras cosas porque nunca se ha hecho aquí una campaña con nuestra obra maestra ni siquiera parecida a la que se ha montado (y me parece muy bien) con el cuarto centenario del Quijote.

Recuerdo bien a David Rosenthal, con quien tuve la ocasión de charlar un par de veces. En un país donde algunos personajes que prefiero no calificar ahora hicieron correr el bulo de que escribir Tirant lo blanc era "catalán", mientras que la versión arcaica, Tirant lo Blanch, sería en "lengua valenciana", un hombre como Rosenthal, poeta, crítico, catalanófilo y aficionado al jazz, debió tener la impresión en algún momento de haber aterrizado entre marcianos. Pero él no era de los que se inmutan por ciertas cosas. De hecho, tenía toda la pinta de ser un tipo que no ha escuchado a Coleman Hawkins en vano. Era de esa estirpe de ciudadanos de los Estados Unidos, siempre admirables, que lejos de considerarse dueños del universo y hablantes del único idioma realmente útil han dedicado su talento a aprender de otras culturas para luego enseñárnoslas mejor.

David Rosenthal murió en 1992, pero hay otros ciudadanos americanos que han realizado y continúan realizando su labor entre nosotros. En Castellón tenemos a Mary Farrell, cuyo libro de reflexiones proustianogastronómicas Crêpes aux bananes. Un passeig per la memòria gustativa (Brosquil, 2003) tuve el placer de prologar en su momento. En Barcelona, por otro lado, ejerce su magisterio D. Sam Abrams, que desde hace lustros despliega una mirada insobornable a favor de una crítica literaria sin exclusiones ni ombliguismos.

Me gustaría hablar especialmente de Abrams, puesto que es el autor de recientes libros de interés a los que algunos medios metropolitanos le han aplicado la misma receta que suelen aplicarnos a los escritores periféricos (y que se puede resumir con la sentencia de que la mejor manera de silenciar un libro es efectivamente no decir nada sobre el). Abrams es de la estirpe de Rosenthal, aunque sea de West Virginia. No sólo es un traductor pulcro, sino que también se dedica a la poesía como creador. En Into Footnoots All Their Lust. Tot el desig a peu de plana (Proa, 2002) ensaya una versificación bilingüe de noble raigambre anglosajona. La traducción es de su amigo Enric Sòria y del propio Abrams.

Por otro lado está su faceta de crítico y antólogo. En Imparables. Una antologia (Proa, 2004), selección generacional realizada junto a Francesco Ardolino, se reúnen nueve poetas catalanes, valencianos e isleños que se supone tienen en común plantear una alternativa al "pantano de la posmodernidad", de acuerdo con los términos que utiliza Ardolino. No es demasiado aventurado pensar que se debe a la intervención de Abrams la inclusión en esta antología de dos poetas como nuestros coterráneos Maria Josep Escrivà e Isidre Martínez Marzo, cuyos presupuestos no sé si estéticos pero sí vitales se alejan bastante del núcleo central de una generación que ha entrado pisando fuerte en el panorama de la literatura catalana. Cualquiera que siga los artículos en Avui que periódicamente publica Sam Abrams sabrá que una de sus preocupaciones centrales es que se conceda atención a los géneros periféricos (la literatura memorialística) y a los autores de calidad que tienen la desgracia de no residir en el área metropolitana de Barcelona.

Como David Rosenthal, Sam Abrams es un lujo para esta cultura que no sé si nos podemos permitir ignorar o menospreciar. Ellos han creído en esta lengua cuando muchos de nuestros connacionales ni siquiera se plantean la posibilidad de usarla. Ellos impiden que yo sea impunemente antiamericano y me hacen escuchar con todo el deseo a pie de página a Coleman Hawkins, que también es, irreversiblemente, algo culturalmente mío.

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Joan Garí es escritor

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