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Columna
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El taller del escritor

Hace catorce días, en mi anterior entrega, no pude agotar el tema de Benidorm. La escasez del terreno, que limita a centímetros cuadrados el área de cada columna, convierte el periodismo de opinión en una especie de apartamento diminuto donde las palabras hacen las veces de inquilinos, que cohabitan en estrecha compañía. La sociedad capitalista nos obliga a vivir en pisos cada vez más reducidos y, de la misma manera que en ellos ya no caben tres hijos, sino uno, y que los abuelos sobran (¿dónde meterlos?), este espacio de papel que comparto con otros compañeros ejerce sobre mí la dictadura de lo breve, que me impide procrear frases largas, metáforas o digresiones. Vivo en mi columna con la obsesión de la abstinencia verbal, pues basta con que el ordenador -ese vientre fecundo que hace crecer la semilla de mis dedos- dé a luz un par de sustantivos supernumerarios para que ya no quepan en ella. Y yo, que amo las palabras como uno ama a los hijos, prefiero que no nazcan antes de que deban pernoctar en el limbo del olvido, amputadas por una tecla invisible que en todo periódico se ve constreñida a practicar la eutanasia. Por eso, repito, no agoté el tema de Benidorm.

Imagino lo que piensas en este punto, lector: Talens me acaba de endilgar con impunidad un enorme párrafo de doscientas siete palabras para quejarse, es el colmo, de sus limitaciones de espacio, me está tomando el pelo. Pero no es así. La construcción de un texto periodístico, como la de un inmueble de apartamentos, es el arte -o el artificio- de que todo cuadre. La hermosura de una columna de opinión consiste en que quien la visite abra las puertas de las frases y observe que los vocablos amueblan el argumento con estilo y, una vez en su interior, se desplace con naturalidad por sus laberintos -Borges le llamaba a eso fluidez-, husmee en los rincones el hedor incrustado de un verbo escabroso, paladee el guiso de un adjetivo que hierve en la cocina, palpe la solidez de esas paredes que llamamos líneas y luego, al salir otra vez al rellano de la escalera del punto final, antes de visitar a otros vecinos (a El Roto, por ejemplo, que vive aquí a la izquierda), pueda decirse: este albañil -este escritor- no me ha mentido, lo que aquí me muestra es la verdad que él cree verdadera e, incluso si se equivoca, es honrado.

El contador del Word me indica que ya he escrito cuatrocientas once palabras, lo cual equivale a dos mil trescientos once caracteres con espacios. Faltan, más o menos, setecientas cincuenta y tres pulsaciones de tecla hasta el final de esta columna y me temo que ya no tengo sitio para hablar a mis anchas del negocio inmobiliario y de las mafias de Benidorm, ese cáncer que ha crecido en Alicante y que era el tema del que debía escribir esta mañana cuando me senté ante la pantalla. Lo único que me consuela, lector, es que al menos te he acogido en la intimidad de mi taller, que es tu hogar tanto como el mío, porque lo comparto contigo.

La vida es larga cuando uno rechaza las prisas que nos impone este sistema económico donde sobrevivimos. Hazme caso, déjala pasar con languidez durante dos semanas más, diviértete con tus camaradas, sé feliz. El 15 de marzo te doy cita aquí, en mi taller, para charlar de Benidorm.

www.manueltalens.com

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