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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Desconocer el pasado

El desconocimiento del pasado nos aboca a singulares interpretaciones del presente. De un tiempo a acá venimos asistiendo a un lamento general por el irremisible fin de la música -ni más ni menos- provocado por la aparición de la manta e Internet. Sin cuestionar las razones que asisten a los sufridos autores y a la sociedad que los representa, me parece que convendría afinar a la hora de apuntar al enemigo.

En uno de los primeros anuncios televisados para denunciar la piratería, se veía a un grupo de energúmenos cantando el "oé, oé,oé, oé" futbolístico en discordante e insufrible coro; acto seguido, una seria y tétrica voz en off sentenciaba algo así como "ésta es la música que tendríamos si no existieran los autores".

Estos días se puede ver en todas las cadenas un spot en el que una señora de edad canturrea una intencionadamente ridiculizada cancioncilla de corte popular mientras acuna a un perro, anuncio que se remata con un sello que clama "save the music", eso sí, en inglés, que suena más fashion. Y el 22 de febrero, Eduardo Verdú firma un artículo en EL PAÍS en el que asegura sin pestañear que "somos la generación que más música ha escuchado de toda la historia (¡?), protagonistas de un idilio sin precedentes". Al parecer, antes de la aparición del fonógrafo -e, incluso, antes de la invención del pentagrama- la humanidad toda se vio sumida en una suerte de sordera melódica y la comunicación sonora no verbal se limitaba a algunos gruñidos y golpes desacompasados.

En fin, son éstas algunas muestras más de ese peculiar modo de ser "moderno" al que nos hemos entregado los españoles, que consiste en ignorar sistemáticamente cualquier tipo de herencia cultural que no sea la escrita y oficialmente reconocida (y por supuesto, coincidente con el modelo "europeo" al uso), no sea que nos vayan a tildar de catetos por prestar un poco de atención a esa extravagancia que algunos eruditos denominan "cultura tradicional" y que nos recuerda obstinadamente un pasado que hemos decidido eliminar de nuestros referentes en aras de un hipotético sentido del progreso.

Sin embargo, es incuestionable que el hecho musical ha acompañado al ser humano allá donde se haya establecido, y quizá con mucha más intensidad en sociedades de tradición no escrita, alcanzando un valor de comunicación infinitamente más implicado en lo cotidiano que "nuestro sentimiento de posesión y cariño" cuando tenemos "un disco que poder sujetar en la mano".

Me permito recordar al señor Verdú que uno de los aspectos que caracteriza a la música de tradición oral es la coincidencia entre emisor y receptor; dicho de otra manera, la música ni se escuchaba ni se consumía, simplemente se cantaba o tocaba cuando venía al caso. Aún sucede así en una parte no menor del planeta que continúa viviendo -para bien y para mal- bajo sistemas culturales similares a los que regían en Occidente no hace tanto tiempo.

Si de lo que se trata es de lamentarse por el cierre de una emblemática tienda de discos -disgusto que comparto-, por favor, no digan que "Madrid pierde (...) la última inocencia musical". Basta con releer a Lope o a Ramón de la Cruz, siquiera sea como documento histórico, para percatarse de que hubo momentos en los que esta ciudad fue un hervidero de creatividad musical espontánea.

Lo queramos o no, el sentido musical es innato en nuestra especie, por fortuna ajeno a los vaivenes de la recentísima industria discográfica, y otros códigos vendrán a sustituir a los que ahora vemos desaparecer. Sólo con un cabal conocimiento de la vida de los que nos precedieron evitaremos vernos condenados a inventar la rueda cada tres generaciones.

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