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Cuando se arruinan los sueños

Clara Blanchar

"ESTUVE DOS MESES AHORRANDO para poder comprar los interruptores del piso a juego con la madera del suelo y el techo". A Gemma Velasco, administrativa, le brillan los ojos cuando describe la vivienda que ha arreglado hasta el detalle durante los últimos cuatro años. Con sus propias manos y las de sus familiares, y un proyecto firmado por un prestigioso arquitecto, han reformado el piso de arriba abajo. Es precioso. De revista. "Este mes tocaba comprar el zapatero, y además acabábamos de pagar los plazos de los muebles del comedor y nos quedábamos sólo con la hipoteca", añade su marido, Javier, que trabaja en una empresa de materiales de construcción, sentado en la cama de la habitación de hotel en la que llevan viviendo un mes. "No nos ha dado tiempo a disfrutarlo", remacha Gemma.

José Pizarro todavía llevaba menos tiempo disfrutando de su piso, una planta baja con patio. Apenas un mes y medio. También reformado por completo. "Y con la tele de plasma, la ilusión de mi vida, que me costó 400.000 pesetas", suspira. El rescate de sus tres perras chihuahua fue épico, porque José vive justo enfrente del enorme agujero y durante unos días no hubo manera de entrar a por ellas. Las fotos del reencuentro entre el dueño y las mascotas protagonizaron multitud de portadas. Tarde o temprano, Gemma, Javier y José, estilista, podrán volver al nido con el que han soñado durante tantos años.

Otros no. Juan José Castellanos también dedicó tiempo y ahorros en arreglar su piso y lo derribarán. "Con mi novia nos hemos gastado siete millones de pesetas y todavía no lo habíamos estrenado. Justo estábamos llevando algunas cosillas de ropa. Pusimos parquet, cocina, techos y ventanas nuevos", lamentaba el último día que pudo entrar a sacar pertenencias. Juan José se refería también a la marca y precio de cada uno de los electrodomésticos. Incluso de la grifería del baño y del tresillo: 3.000 euros.

Estos testimonios y la cantidad de negocios de cocinas y baños y electrodomésticos que pueblan el barrio dan cuenta del valor que los vecinos del Carmel otorgan a sus viviendas. Y del esmero con el que las amueblan, visten las ventanas o tapizan los sofás, invirtiendo grandes sumas de dinero. El confort que han logrado de puertas adentro es inversamente proporcional a la incomodidad que les supone tener que vivir en los pocos metros cuadrados de una habitación de hotel. Un espacio que no da para poder recibir visitas, ni tirarse en el sofá en pijama y zapatillas después de una larga jornada laboral. Como hace todo hijo de vecino en su casa. Pero antes que todo esto está la seguridad, y no quieren que el ansia por volver sea más rápida que las garantías de pisar suelo seguro.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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