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Un aprobado sin brillo

Fue el propio presidente Rodríguez Zapatero quien, durante el último fin de semana de la pasada campaña del referéndum, empleó en un mitin la metáfora de la evaluación académica para describir la cita con las urnas del 20 de febrero: a la hora de incorporarse a Europa, dijo, los españoles siempre se presentaban tarde, en septiembre, y suspendían; "pero esta vez aprobaremos en junio". Supongamos, pues, que lo del pasado domingo fue un examen y tratemos de ponerle nota del modo más frío y ponderado posible.

En el conjunto de España, tenían derecho al voto 33.563.680 ciudadanos; de ellos, lo han ejercido por el casi 11 millones, lo que supone el 32,2 % de los electores posibles. Es decir, ha aprobado el tratado constitucional europeo apenas uno de cada tres miembros del censo electoral español. En Cataluña, los llamados a las urnas eran 5.208.248, de los cuales votaron sí 1.366.927, el 26,2 %. O sea que, de cada cuatro catalanes, sólo uno se mostró activamente favorable a la sedicente Constitución para Europa.

No cabe duda de que, en un referéndum, las cuatro opciones posibles -sí, no, voto en blanco y abstención- encierran una diversidad de motivaciones, matices y significados cuyo discernimiento cuantitativo es imposible. Vamos, que no hay forma humana de saber qué porcentajes del corresponden al PSOE, al PP o a Convergència i Unió, ni qué cuota del no es atribuible a Esquerra, o a Iniciativa e Izquierda Unida, o a la extrema derecha, ni menos aún cómo se reparte el abstencionismo entre la desidia, el asentimiento, los altereuropeístas, los euroescépticos, los cabreados y los que no votan jamás. Con todo, un somero análisis del escrutinio sí nos ofrece algunos datos significativos o curiosos, ciertos elementos para la interpretación o la reflexión.

Por ejemplo, resulta chocante que, de todas las circunscripciones españolas, las que registraron menor participación fuesen las ciudades autónomas de Melilla y Ceuta (el 27% y el 28,1%, respectivamente). Si, según el discurso oficial, el referéndum debía fortalecer el anclaje de España en Europa, ¿no eran los habitantes de esas dos plazas cuya europeidad se ve cuestionada -por la geografía, por la demografía y por el vecino del sur- los más motivados para acudir en masa a las urnas y reafirmar así su pertenencia a la Unión? Pues parece ser que no, ya que sólo el 22% de los ceutíes y melillenses censados han votado afirmativamente el tratado constitucional.

En el otro extremo de la horquilla, resulta también llamativo que los índices de participación más altos -bien por encima de la media estatal- se dieran en comunidades (Extremadura, Castilla y León, La Rioja..., incluso en la Galicia de inveterada tradición abstencionista) que, al margen del color de su gobierno, no suelen descollar por una politización y un activismo especialmente agudos. Cuando sucede que las únicas provincias donde los votantes rebasaron el 50% del censo son -por orden decreciente- Segovia, Cáceres, Ávila, Palencia, Cuenca y Burgos, cuando las más rotundas victorias del (por encima del 85% de los sufragios emitidos) se localizan en Santa Cruz de Tenerife, Almería, Cáceres, Huelva, Jaén y Ourense, ¿no dibuja todo ello un europeísmo primordialmente receptor, estomacal, mucho más atento a subsidios y ayudas que a los progresos de una ciudadanía y un espacio político continentales?

Naturalmente, ni los elementos citados ni la desazón identitaria que el escrutinio registró en Euskadi y Cataluña cuestionan la validez del referéndum ni la victoria del voto afirmativo. Ahora bien, si el 20-F era un examen, entonces los defensores del han obtenido un aprobado justo, suficiente pero sin oropeles, una nota que casa mal con las euforias verbales desplegadas desde el pasado domingo por la noche. "Los españoles hemos hecho historia de Europa", declaró en aquel momento Rodríguez Zapatero, y Javier Solana expresó su "profunda satisfacción" por el "apoyo abrumador a la Constitución europea". Al día siguiente, el ministro Moratinos exhibía en Bruselas su "orgullo" por el " rotundo a Europa", un voto que Josep Antoni Duran Lleida describió como "un contundente, sin matices". A la ejecutiva del PSOE, reunida el lunes, la participación del 42,3% no le pareció baja, y en la cúpula del PSC consideran que un 40,9% de votantes es "sorprendente" por lo elevado.

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¿Un resultado "abrumador", "rotundo", "sin matices", "sorprendente"? Lo que resulta de veras sorprendente es escuchar a quienes siempre cuestionaron la democracia estadounidense por sus bajos niveles de participación electoral cantando ahora las excelencias del escrutinio más escuálido desde 1977. Lo que debería provocar cierto rubor es que quienes deslegitimaban las victorias de Jordi Pujol por producirse con el 40% o el 45% de abstención, esos mismos, consideren hoy estupendo un abstencionismo 15 o 20 puntos superior a aquél. Es muy lícito y comprensible que tanto los impulsores del referéndum como las demás fuerzas comprometidas con el se sientan aliviados o satisfechos, pero deberían administrar el alivio o la satisfacción de forma más discreta y comedida, más proporcionada a las cifras del escrutinio, aunque fuera por respeto a los votantes del no, sólo para no insultar la inteligencia de los ciudadanos ni aumentar el descrédito de la política.

Por cierto que, el pasado viernes, denuncié en este mismo espacio la demagógica campaña por el de una Plataforma Cívica por Europa surgida de la nada en las últimas semanas. Hoy se conoce quiénes patrocinaron la campaña: BSCH, Telefónica, Iberdrola, Unión Fenosa, Iberia, NH, Auna y Fiat. O sea que ya sabemos por qué clase de Europa están.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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