Una jugada ensayada
Luxemburgo trabaja mucho a balón parado porque, a falta de delanteros cabeceadores, sabe que tiene dos centrales que van bien por arriba
Dicen que Luciano Moggi, el director general del Juventus, duerme con una Biblia en la mesilla de noche. Es, al igual que Florentino Pérez, el presidente del Madrid, un hombre de fe. También es, como éste, un maestro para los negocios. Sin embargo, una cosa los diferencia. Moggi, a la inversa que Pérez, no tiene ningún problema en asumir su omnipresencia en todos los ámbitos de su club: ayer, por ejemplo, se le vio pisando el césped del estadio Bernabéu para controlar sobre el propio terreno el calentamiento de sus jugadores.
Por la megafonía sonaba el Bienvenido a la jungla. Y con sus gruesas gafas de notario, indiferente tanto a la lluvia como al ruido, Moggi lo escudriñaba todo. Hablaba con los médicos, con el entrenador, con los utilleros... En suma, preparaba la batalla que iba a comenzar y que acabaría perdiendo por culpa de Helguera.
Se juega al límite del reglamento o se le vulnera un poco, pero los resultados valen la pena
Las tramas del fútbol guardan sorpresas. La Liga de Campeones es una competición de ésas de las que se espera glamour, gestos técnicos de espectacularidad visual, protagonistas guapos y virtuosos y jugadas para guardar en los archivos municipales de arte contemporáneo. Eso es lo que promete la UEFA. El anuncio.
La realidad, de todos modos, se le parece poco. Se parece al partido de ayer, por ejemplo, en el que todo se dirime en una jugada ensayada. Una jugada planificada por Vanderlei Luxemburgo y perfectamente ejecutada por el madridista más efusivo de la plantilla, el cántabro Helguera, bajo una fina y persistente llovizna. Helguera fue el dueño de la gloria que los dioses del fútbol reservan a los jugadores decisivos. Esos minutos de locura colectiva que, básicamente, no se parecen al anuncio de la UEFA.
Desde su primera semana al cargo del equipo, Luxemburgo se dedicó a trabajar las jugadas ensayadas. El técnico sabe que, a falta de delanteros que descuelguen y rematen centros de cabeza, tiene dos centrales que van muy bien por arriba. Con esa materia prima, el brasileño practicó una jugada tipo: Beckham lanza la falta desde un costado y un grupo de jugadores propios empujan a los defensas contrarios hacia el segundo palo para abrir huecos en el primero. Por ahí debe aparecer el ejecutante para conectar el centro de Beckham. Para el éxito de esta jugada, Luxemburgo cuenta con que los empujones a los centrales contrarios no serán percibidos como falta, que lo son, por el árbitro de turno. Se juega al límite del reglamento o se le vulnera un poco, pero, como se vio ayer, los resultados valen la pena con creces.
Zebina hizo una falta a Zidane en un lateral. Beckham la lanzó y Helguera apareció libre en el primer palo y desvió la pelota al segundo palo. Lejos de los guantes de Buffon, que la vio pasar. Fue el gol del partido. Y a veces, como ayer, esos goles parecen obra de un jugador predestinado. El lunes pasado, después del último entrenamiento, el mismo Helguera se había marchado a su casa diciendo: "Estoy convencido de que vamos a ganar".
El gol del Madrid cayó cuando la Juve se lamentaba por la pérdida de Nedved, lesionado en un choque aéreo con el fornido Raúl Bravo. Hasta entonces, el duelo ambiental lo iban ganando los italianos, que ayer se presentaron en el Bernabéu con una numerosa hinchada. Provenían de Montreux, Roma, Milán, Rivoli... Y se pasaron el partido gritando. "¡Madrid, Madrid, vafanculo!", bramaban, desde el tercer y el cuarto anfiteatro del fondo norte.
Los ultrasur, el grupo fanático madridista que tiene en la letra gótica uno de sus objetos de culto, como si descendiesen por línea directa de Wamba, sacaron todo su trapo rojigualdo y respondieron con andanadas de más de lo mismo: "¡Juve, Juve, vafanculo!" y "¡Viva España!". En eso consisten las noches europeas en el histórico Bernabéu.
La hinchada madridista aprovechó el escenario para manifestar su reprobación a Ronaldo, que se marchó sin poder marcar un gol que lo redimiera frente al dedo inquisitivo de la muchedumbre. El delantero brasileño, sustituido por Owen, se fue al vestuario abucheado. De hacer un gol, la noche de ayer le habría servido para que la gente olvidara los efectos de su fiesta en Chantilly, donde celebró su unión amorosa con Daniela Cicarelli. Pero, por lo visto, marca o lo lapidan. El Bernabéu no entiende de existencialismos cariocas.
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