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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El correo del zar

Jacinto Antón

Mientras Francia lanzaba oficialmente el año Verne yo contribuía a la conmemoración en la medida de mis posibilidades disfrazándome de Miguel Strogoff, el valiente correo del zar.

Mi primer impulso al recibir la invitación para un baile de máscaras había sido caracterizarme de Harry the Nazi, o sea de príncipe británico tontín con uniforme del Afrika Korps y esvástica, pero ya me disfracé una vez de nazi y no se causa buena impresión social. De manera que este año me había decidido por vestir algo romántico y con mejor prensa.

Como Casa Peris ha cerrado, para alquilar el disfraz me dirigí a Menkes, envuelto en una nube de ideas sensacionales y con un anhelo irreprimible de ser otro. Me acompañaba mi amigo Evelio P., al que confiaba atraer a alguno de mis espectaculares proyectos.

Encarnar a Miguel Strogoff es una buena manera de conmemorar el Año Verne y ayudar a difundir la obra del escritor

En primera instancia en Menkes no encontramos lo que queríamos: reinaba un ambiente de carnaval de lentejuelas que no casaba con nuestros planes. La dependienta que nos atendió escuchó con suma atención no desprovista de sorpresa cuán distintas eran nuestras aspiraciones de la vana exhibición que nos rodeaba. Luego, con un guiño, nos hizo pasar a la trastienda. Allí se desplegó un nuevo mundo ante nuestros ojos: decenas de rutilantes uniformes antiguos, dormanes y guerreras. Mi camarada se prendó al punto de una casaca roja y decidió disfrazarse de Henry Feversham, el protagonista de Las cuatro plumas. Estupenda elección. No me importó, porque yo acababa de dar con una inenarrable pelliza de húsar y ya sabía quién iba a ser.

"Miguel Strogoff pertenecía al cuerpo especial de Correos del Zar y ostentaba el grado de oficial entre aquellos hombres escogidos", escribe Verne. Revestido con la pelliza azul yo también podría aparentar quizá "el valor sin cólera de los héroes" característico de Miguel. "Hace usted un domador de leones fenomenal", apuntó interrumpiendo mis ensoñaciones la dependienta, poco ducha sin duda en la iconografía militar de la Rusia zarista. La ignoré y me hice con unas botas de montar y un gorro de piel para complementar mi atuendo.

¡Así que encarnaría a Miguel Strogoff! ¡Como Curd Jürgens y John Philip Law! Cumpliría de esa manera un viejo sueño de infancia, amén de que tendría el honor de dar el pistoletazo de salida (no oficial) en Barcelona del Año Verne. Efectivamente, la conmemoración francesa del centenario de la muerte del autor arrancó en Nantes, su ciudad natal, el pasado 10 de febrero e incluye la reconstrucción allí de su barco, el steam-yacht de 38 toneladas Saint Michel III -atención también a la publicación en abril de un Dictionnaire Jules Verne, de Francoise Angelier (Pygmalion)-. En Barcelona habrá que esperar hasta mayo para que empiecen las actividades (oficiales), pero en junio habrá una exposición Verne en Cosmocaixa y la Festa del Cel de la Mercè le estará dedicada.

Se podrá pensar que homenajear a Verne acudiendo a una fiesta de disfraces no es muy serio. Pero yo sabía, por la biografía de Lottman (Jules Verne, Anagrama, 1998), que al escritor le gustaban estas cosas: organizó un estupendo baile de máscaras en la sala Saint-Denis de Amiens el 2 de abril de 1877 en el que se gastó una fortuna y al que una buena parte de los 250 invitados acudió ¡disfrazada de personajes de sus novelas! No he podido, desgraciadamente, saber de qué se disfrazó el propio Verne , aunque he lanzado la cuestión en Internet, a través del Portail Jules Verne (www.fredericviron.com/verne/), en el que me introduzco subrepticiamente con el seudónimo Ogareff...

Mi caracterización del capitán Strogoff, "cuerpo de hierro y corazón de oro", por no hablar de la altura, los ojos azules, los bucles y el coraje, incluía una fuerte dosis de imaginación. Bajo la pelliza me puse una camisa tibetana y en una faja hecha con un mantelillo introduje, a falta del preceptivo puñal siberiano para matar osos, el cuchillo gurja regalo de mi suegra. Estaba impresionante, aunque -constaté en el espejo- parecía más Féofar Khan, el avieso emir tártaro de la novela, que el correo del zar. Pensé en quemarme un poco los ojos con un sable ardiente, pero eso ha de doler, y a lo peor me confundían con Edipo.

Al poco rato recorría las calles en moto imaginándome el valiente correo galopando hacia la asediada Irkutsk perseguido por una horda de torvos jinetes uzbecos. Era yo todo literatura. A la altura de la plaza de Lesseps pinché una rueda. El percance era irresoluble, así que, tras esperar inútilmente el Bus del Barri, decidí continuar a pie. "¡Por el cielo que llegaré. Dios proteja a la Santa Rusia!", grité, muy en mi papel. Me encontraba a un puñado de verstas de mi destino pero las botas de cosaco me estaban matando. Lo más difícil, con todo, era soportar las pullas de los paseantes. "¡Mamá, el Cirque du Soleil!", exclamó un niño poco leído.

Llegué tarde, pero la carta sellada con las armas imperiales estaba a salvo, apretada contra el pecho. En la fiesta, en la que triunfaba una joven disfrazada de Marilyn Monroe con grandes resultados, yo era el único con atavío julesverniano si no contamos a los que parecían salidos de Cinco semanas en globo. Recorrí los salones bebiendo vodka y proclamando con entusiasmo la buena nueva del Año Verne. No me entretendré en detalles de la velada que entrarían de lleno en la crónica rosa. Baste con anotar que el correo del zar bailó y disfrutó de cierto éxito mundano. Más de una persona comentó que pensaba releer la obra pues no recordaban que Miguel Strogoff fuera así, caramba. Regresé a casa con la satisfacción del deber cumplido y dormí abrazado a la pelliza de húsar, que desprendía un aroma feroz a fiesta tártara. Soñé que atravesaba como un huracán la amplia tierra de Rusia, galopando hacia el lejano horizonte, donde resuenan los tiros y se hace imprescindible el riguroso ejercicio del valor.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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