Nueve años después...
El día 5 de febrero de 1996 nos reunimos Alberto Ruiz-Gallardón, Miquel Roca, José Rodríguez de la Borbolla, Ramón Jáuregui, Alberto Oliart y yo mismo en el Palacete Albéniz, en Barcelona.
La reunión se produjo tras coincidir algunos de los asistentes en la necesidad de reflexionar sobre las incertidumbres que, para el futuro de España, suscitaba el clima previo a la celebración de las elecciones generales.
Había razones para la preocupación. Estábamos asistiendo a una de las más agresivas campañas electorales que España ha vivido en su historia contemporánea. Se había alterado gravemente el necesario equilibrio para la convivencia democrática y lo que entonces dimos en llamar el "cuarto poder", el de los medios, había irrumpido en la escena con una fuerza y una potencia y unas artes que nos tenían a todos sinceramente preocupados.
De aquella reunión salimos con una convicción: que pasara lo que pasara en las elecciones que se iban a celebrar el día 3 de marzo de aquel mismo año de 1996, se deberían mantener los puentes del diálogo para aquellos grandes temas de Estado, especialmente en lo que afectaba al desarrollo autonómico, a la lucha contra el terrorismo y al básico entendimiento entre las principales fuerzas políticas.
Acordamos, además, dos cosas. La primera fue que dos de los asistentes prepararían artículos. Miquel Roca publicaba el día 7 de febrero, en La Vanguardia, un artículo titulado "Gane quien gane". Y Alberto Oliart, uno en EL PAÍS titulado "Al día siguiente". Roca volvió a publicar en La Vanguardia, esta vez con el título de "El veredicto", una reflexión sobre el significado de los resultados tres días después de los comicios.
Roca decía: "Gane quien gane hay que devolverle al país el clima de serenidad del que ahora carece". Y siguiendo el recurso retórico de ganara quien ganara hablaba de la necesaria reforma del Senado, de la unidad en la lucha contra el terrorismo. Reflexionaba también sobre la necesidad de abordar la financiación de los partidos políticos, sobre una de cuyas sombras había girado la campaña electoral contra el PSOE.
Oliart pedía en su texto publicado en EL PAÍS que el gobierno que iba a salir de las urnas tuviera la sensibilidad necesaria para con esta "España plural en sus lenguas y nacionalidades, para encauzar, resolver o paliar los problemas que tenemos planteados".
Tanto uno como el otro llamaban la atención sobre la grave alteración institucional que se había producido, especialmente en relación con "la autoridad e independencia del Consejo General del Poder Judicial". El temor era mucho, aunque los resultados de las elecciones lo aliviaron.
En segundo lugar habíamos acordado que, pasara lo que pasara, si era necesario nos encontraríamos de nuevo al día siguiente de los comicios. No hizo falta. La victoria ajustada de los populares (pareja a la derrota dulce de los socialistas) nos dio la tranquilidad que unas semanas antes no teníamos. Siempre he reconocido el significado y valor del hecho de que José María Aznar hiciera entrar en la normalidad democrática a toda la derecha española, incluso la más extrema. Eso es lo que ocurrió entonces.
Lo que nadie imaginó en aquel momento fue que cuatro años más tarde Aznar iba a ganar por mayoría absoluta, tras el atentado de ETA que el día 22 de febrero de 2000 costó la vida a Fernando Buesa y a su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza.
Lo que fue la segunda legislatura de Aznar, lo que fue el verdadero "aznarato", es de sobra conocido y no vamos a abundar nuevamente en ello. La historia irá poniendo en su lugar este periodo de la vida política de nuestro país. Pero lo cierto es que la victoria por mayoría absoluta empujó a la democracia española a la etapa más dura y difícil de los últimos 25 años.
Hete aquí que, nueve años después de aquel encuentro, hay razones para sentarse de nuevo en torno a una mesa con la voluntad de mirar al presente y al horizonte que desde hace poco menos de un año se ha abierto para nuestro país. Estamos, ahora sí, ante la mejor oportunidad de nuestra historia contemporánea para resolver algunos de los seculares problemas de España.
Las reflexiones y aportaciones de aquellos que compartimos preocupación serían de gran utilidad para algunos de los que hoy tenemos parte de la responsable tarea de trabajar en este gran objetivo.
Pasqual Maragall i Mira es president de la Generalitat de Catalunya.
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