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Columna
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Clima y siesta

Cabizbajos y arrugados por el viento desapacible de febrero, acudían los más madrugadores a depositar el voto en la urna del referendum. No eran ni demasiados ni demasiado pocos a las nueve y pocos minutos de la mañana. En el local del barrio periférico de la capital de La Plana, donde uno acude periódicamente a ejercer sus derechos y deberes cívicos mediante una papeleta, los votantes que merodeaban la urna habían superado con creces las cincuenta primaveras. Hasta bien entrada la mañana escaseó la presencia de rostros jóvenes y luego fue apenas apreciable. Trasnochan o se desinteresan por aquellos temas, como Europa, que son precisamente los que empujan a otros ciudadanos, cargados de años y de achaques, a acudir a la urna en aquel barrio de poder adquisitivo más que discreto. Quizás sea normal tal estado de la cuestión, si se piensa en los tiempos vividos por unos y otros, y lo que supuso una determinada idea de Europa cuando no hubo sistema democrático en las anchas tierras hispanas, y cuando Europa era sólo el Mercado Común. Por entonces, por ejemplo, en el País Valenciano, conformado en gran manera por el medio rural, oímos hablar a nuestros labradores de Europa o del Mercado Común como de una pócima mágica y esperanzada para los problemas del campo. Tiene una cierta lógica que la edad de los achaques acuda a la urnas, posiblemente para votar de forma afirmativa. Menos lógica tiene, si se observa con atención, la poca presencia de la muchachada junto a la urna, porque Europa es más futuro que presente o pasado; porque Europa es un proceso y porque los jóvenes están siendo y serán los beneficiarios de ese proceso de unión.

Ayer, el día de la consulta en torno a la carta fundamental europea, es también pasado. Y el futuro, en el concierto de los pueblos europeos, no es tan sólo aquello en que se puedan beneficiar en mayor o menor medida las jóvenes generaciones. Sin duda es también aquello que los valencianos, como pueblo europeo, puedan aportar en el futuro a Europa. Y, en este sentido, el horizonte no es demasiado ilusionante. Porque podemos, como casi siempre, ofrecer nuestro clima suave y nuestros muchos días de sol, cuando no hace frío gélido que deja negras las alcachofas. Podemos también ofrecerles, para que las asimilen, alguna de nuestras costumbres ancestrales; alguna costumbre que no suscite suspicacias, como els bous de carrer, entre nuestros conciudadanos europeos amantes de los animales. Podríamos, en este sentido, hacer nuestra una de las chanzas o cuchufleta carnavalesca que se oyó hace algún tiempo: A todos los europeos/ les haremos un favor/ patentando nuestra siesta/ para que vivan mejor. Desde luego, nos guardaremos mucho de ofrecerles nuestros modelos urbanísticos que desfiguran nuestro perfil geográfico; unos modelos de los que ellos mismos ya no soportan tan dócilmente, y ya tienen por ahí plataformas contra determinados abusos del cemento en la comarcas centrales y sureñas valencianas. No es de recibo, que les ofrezcamos polémicas lingüísticas y desaguisados con el valenciano, inexplicables más allá de los Pirineos, y también más acá, que dan una imagen irrisoria entre la inmensa población de la Unión Europea; una imagen que el pueblo valenciano no se merece, y que fomenta aquí la actitud esperpéntica de una clase política, escorada a la derecha, sin otra finalidad que no sea la electoralista. Pero no seamos pesimistas, a lo mejor a partir de hoy podremos contribuir con algo más que la siesta, el clima y el refrescante botijo.

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