Los trapos sucios de la Administración
Esta crónica sobre la limpieza moral de nuestra Administración Pública es atemporal y podría haberse escrito en cualquier momento pasado y nos tememos que también futuro. Aunque su pretexto es secundario, viene a cuento de la reciente adjudicación de la nueva planta para el tratamiento de las basuras de Valencia por un periodo de 20 años. La adjudicataria ha resultado ser la empresa que los más avisados habían pronosticado, a pesar de que una de las ofertas concurrentes ofrecía un precio ostensiblemente inferior por tonelada de resíduos transformada y un aval económico para garantizar la viabilidad de la propuesta. Los técnicos, sin embargo, primaron a otro licitante que se llevó el gato al agua con los votos del PP, gobernante mayoritario del Ayuntamiento de la ciudad.
Casi a la par con este episodio, el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana ha denunciado que se suspenda el concurso en vigor para la adjudicación de proyectos de centros escolares que lleva a cabo Ciegsa, la empresa pública encargada de las infraestructuras educativas. A juicio de la entidad colegial, más del 30 % de los proyectos sacados a licitación han sido adjudicados "a unos cuantos amigos". Los responsables de la empresa niegan la imputación e incluso manifiestan su estupor ante una protesta que no se efectuó cuando las adjudicaciones se hacían "a dedo". Resulta interesante, ciertamente, saber por qué se calló entonces y se alza la voz ahora. Incluso daría mucho juego verificar qué empresas constructoras fueron las más beneficiadas por estas inversiones.
No cuestionamos aquí la corrección de las administraciones involucradas, aunque en el caso de la corporación municipal citada podríamos hacer leña sin necesidad de echar mano de la hemeroteca. Esta misma semana ha salido a la luz del día el sospechoso criterio que aplica, o pretendía aplicar, para el cuidado de la jardinería. Algún técnico hubo de anotar que no es correcto adjudicar la contrata y luego "baremar", esto es, confeccionar un traje a la medida y conveniencia del adjudicatario. Que cada cual le ponga el nombre que prefiera a este singular método, pero es una corruptela como un piano, por más que sea frecuente. Claro que el Ayuntamiento de Valencia es experto en esta suerte de anomalías, pues asombra la habilidad que despliega para fragmentar las concesiones y torear la ley a fin de efectuar adjudicaciones directas.
Susceptibles como son, los políticos con mando en plaza suelen defenderse remitiéndonos a los tribunales. La alcaldesa Rita Barberá lo acaba de hacer a propósito de la jardinería, que por otra parte cuida de maravilla. Y aunque tal judicialización pueda ser pertinente esa respuesta tiene trampa. El ciudadano corriente no acude al juzgado. Se escandaliza, se calla, o no acaba de creerse lo que se publica o le cuentan. Lo realmente grave es el silencio y la complicidad de los concurrentes a las subastas y concursos de las administraciones, sean locales o autonómicas. Estos, por lo general, sí saben que de poco vale el mérito o la calidad de la oferta si ya se ha designado al beneficiario, lo que ocurre a menudo. Las puntuaciones de los técnicos se adaptarán a lo que convenga. Los damnificados injustamente se tragarán el enfado, amortizarán en otra ocasión el gasto hecho en la preparación de la oferta y pondrán buena cara. Hoy por ti, mañana por mí. Lo decisivo es no importunar al poder para no quedar marginado de la rueda de la fortuna.
A veces, oyendo las cuitas de empresarios fastidiados porque la Administración no les ha otorgado la parte que creen merecer, he rememorado las fabulaciones de Ferran Torrent acerca de la sociedad valenciana que prospera y me han parecido cuentos de Caperucita al lado de las maldades y convencionalismo al uso. Pero la culpa la tienen en buena parte los mismos quejosos, y así lo admiten. Tal es el negocio: admitir un déficit de incivismo a cambio de que se les adjudique un molino de viento, una planta de compost o una residencia de ancianos. ¿Transparencia, mérito, precio, cualificación? A perder, el contribuyente. Menos mal que en el hit de la corrupción, perdón, de la irregularidad, siempre nos aventajará Uganda o el Pentágono. ¿Y la oposición qué dice? No dice apenas o no se le oye, que es lo mismo.
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