Felicidad y ruina

La obra de Leopoldo Alas (Arnedo, 1962) fue, a finales de la década de los ochenta, algo así como la manifestación de una cierta poesía de la experiencia en el mundo poético madrileño. Aunque crítico respecto a esa poesía, como crítico se mostraba respecto al precedente novísimo, lo cierto es que en Los Palcos (1988) y, de manera más acentuada en sus dos poemarios posteriores, La condición y el tiempo (1992) y La posesión del miedo (1996), su apuesta no era ajena a esa fórmula. El triunfo del vacío es, desde el título, la concreción de una mirada insatisfecha hacia la experiencia cotidiana. Hacia la colectiva, representada por los sueños generacionales (los de "la movida") que se encarga de deshacer el tiempo. De la personal, teñida por la pérdida de la adolescencia, de la primera juventud incluso, por la presencia de la muerte: no pocos poemas tienen su origen anecdótico en la desaparición de seres cercanos: Joe Va, El secreto, Adiós Gastón, Tranquilidad y buenos modales. El poeta mira a su alrededor y levanta acta de una cotidianidad moderadamente feliz ("es un consuelo esperado y un descanso merecido, / la nada feliz de un todo desgraciado") pero en la que empieza a asomar el escepticismo. La ilusión sólo vive en la memoria y en ciertos reductos de una intimidad compartida: en la amistad, en el amor, en noches de café y música, en una sexualidad diferente y en la conversación. El triunfo del vacío tiene algo de crónica sentimental en la que la historia y la política no dejan de estar presentes (Felipe González, Martín Prieto, Arafat, Fidel Castro) y en la que la ciudad, Madrid, imprime su huella con nombres vinculados a la memoria más íntima del sujeto poético. Para afrontar esa reflexión, Alas opta por una poesía de tono narrativo y coloquial, directa, de ritmo impecable y sin apoyaturas en la metáfora y en la que, desde el enfoque intimista, todo cabe. Incluso el apunte sobre la historia de nuestra poesía con una visión entre descreída y crítica. También sobre su presente. Así, en el poema Señor Castellet, un acercamiento a la evolución posterior de parte de los integrantes de Nueve novísimos, apunta una mirada irónicamente pesimista sobre el hoy: "Y no hay nueve que juntar / ni modo de encontrarlos". Algo que no es cierto, sin duda. La obra del propio Leopoldo Alas lo desmiente.