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Columna
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Un museo ejemplar

He escrito sobre el Museo de la Universidad de Alicante (MUA) en diferentes ocasiones y casi siempre ha sido para elogiar su trabajo. En algún momento, a lo largo de estos años, he podido mostrar mi disconformidad por uno u otro asunto concreto. Es natural que, en una actividad tan dilatada, se produzcan hechos que nos desagraden o con los que no estemos de acuerdo. En el conjunto de su actuación, sin embargo, no tengo más que alabanzas para el trabajo del MUA. Creo que el museo ha representado un papel de primer orden para difundir en Alicante el arte contemporáneo y sus exposiciones han sido una de las pocas posibilidades que hemos tenido de asomarnos al exterior.

Ahora, tras el paréntesis que ha supuesto la exposición dedicada a conmemorar los 25 años de la fundación de la Universidad de Alicante, el MUA ha retomado su tarea habitual. Lo ha hecho con el esmero y la determinación acostumbrados. Tal vez, en esta ocasión, podamos percibir un renovado vigor en la manera en que se han presentado las exposiciones. Como si después de un largo periodo de inactividad, los responsables del museo quisieran proclamar que no han olvidado la razón de su trabajo. En este sentido, los paisajes de la artista mejicana Lourdes Grobet, expuestos a través de un montaje inquietante, son una invitación al misterio y al placer. En cuanto al homenaje a Eusebio Sempere, pocas veces hemos visto en Alicante una exposición presentada con tanto rigor, respeto y sensibilidad.

He escrito, líneas más arriba, que el Museo de la Universidad de Alicante es uno de los escasos lugares de la ciudad donde el arte actual está presente. Gracias al MUA, el alicantino ha visto exposiciones que de otra manera jamás hubieran llegado a exhibirse entre nosotros. Así, hemos conocido la obra de Carlos Pazos, de Canogar, de Marcel.li Antúnez, de Maite Vieta, de Tadeus Kantor -inolvidable el montaje sobre La clase muerta- y de tantos otros artistas contemporáneos. De ellos, hemos aprendido que existen otras formas de sentir y expresar la realidad de nuestro tiempo. Pese a su indudable interés, estas muestras han tenido una repercusión limitada en los medios de comunicación que, quizá debido a su novedad, han tendido a ignorarlas. Por el contrario, cualquier exposición en la que se exhiban dos sorollas de segunda categoría, o en la que participe cualquier mediano artista local, suele obtener un eco muy superior.

De tanto en tanto, se escuchan voces que ponen en duda la necesidad del museo o discuten su línea de actuación. Se trata, casi siempre, de voces interesadas, como es normal. A veces, corresponden a artistas locales que desearían que el museo les prestara atención. El prestigio que una muestra les aportaría a su currículo sería, sin duda, considerable y su vanidad quedaría complacida. Por desgracia, la idea que la mayoría de estos pintores tienen del arte suele limitarse a su propia pintura, que casi siempre -es ocioso decirlo- resulta de una calidad discutible. Otras veces, quienes ponen en duda la idoneidad del museo son profesores de la propia universidad, que consideran la institución poco más que un centro dedicado a impartir clases y expedir títulos que capaciten para la vida profesional. La idea de una universidad obligada a formar ciudadanos y abrir nuevos horizontes culturales es ignorada por estas personas.

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