Hasta la muerte
El Papa fue dado de alta el jueves tras el proceso respiratorio que le ha tenido postrado durante diez días en el hospital romano que conoce bien por haber sido internado diez veces durante sus 25 años de pontificado. La más grave, en 1981, cuando fue tiroteado en la plaza de San Pedro por el ultraderechista turco Alí Agca. Esta recaída acentúa la incertidumbre que vive la Iglesia católica desde hace una década, consciente de que el papado de Juan Pablo II -el segundo más largo después del de Pío IX- toca a su fin. La carrera para sucederle comenzó hace tiempo y es verosímil que en esta ocasión el elegido sea un cardenal menos joven, para evitar que se repita un reinado tan largo como el de Karol Wojtyla, que en mayo cumplirá 85 años.
El quebranto de la frágil salud papal ha servido para que una vez más emerjan las opiniones de algunos exponentes católicos, como el teólogo Hans Küng, sugiriéndole que dimita por el bien de la Iglesia. Ya las hubo cuando a principios de los noventa se descubrieron los primeros síntomas del deterioro de Juan Pablo II, aquejado de Parkinson y de una artrosis galopante que le han dejado prácticamente inválido. La novedad de ahora es que las voces son más recurrentes y los rumores se han disparado tras algunas elípticas frases, como la del número dos vaticano, el secretario de Estado Angelo Sodano: "Dejémoslo a la conciencia del Papa, si hay alguien que sabe lo que hace es él".
El canon 332 del código de Derecho Canónico contempla la posibilidad de renuncia pontificia. Sin embargo, hay que remontarse a más de siete siglos para encontrar un caso, el de Celestino V. Una renuncia, explica el código, para que sea válida, debe ser libre, y también debe manifestarse "formalmente". Pero no exige teóricamente que sea aceptada o reclamada "por nadie". En un mundo tan hermético como el Vaticano jamás se puede afirmar con plena certeza si el rechazo a una eventual renuncia es fruto de la decisión individual de un pontífice o, por el contrario, de las presiones de la propia Curia romana.
Es muy improbable que el Papa decida retirarse. Juan Pablo II ya ha indicado más de una vez que la enfermedad le acerca a la Pasión de Cristo y que pensaba apurar su agonía sin esconderse de la mirada del mundo. Es una resistencia casi heroica de una persona cuyas facultades intelectuales, al parecer, no están aún mermadas. Pero sería lamentable que el obispo de Roma tuviera que continuar en la silla de Pedro por presiones curiales.
La enfermedad da pie para que la Santa Sede reflexione sobre las muchas lagunas que el actual código tiene respecto a una situación crítica. Nada se habla de incapacidad. Puede que éste no sea el caso. Pero qué ocurre, por ejemplo, si la actual balbuciente voz de Juan Pablo II derivara en una afasia. ¿Qué validez tendrían sus gestos? ¿Qué sucedería si entrara en un proceso de Alzheimer? Bueno sería que los dirigentes vaticanos acometieran estos supuestos y les dieran respuesta para el mejor gobierno de más de mil millones de católicos.
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