_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Camino a ninguna parte

Andrzejewski es uno de los grandes escritores polacos de la segunda mitad del siglo XX en cuya nómina se encuentran nombres como los de Gombrowicz, Milosz, Iwaskiewicz, Herbert o Szymborska. Él fue un escritor de corte realista, comprometido con el régimen surgido tras la II Guerra Mundial, comprometido después contra el estalinismo; pasó de ser un comunista lúcido a ser un disidente igualmente lúcido. Se mantuvo en Polonia sin tomar el camino del exilio y en Varsovia, donde había nacido, murió en 1980 a los 71 años. En España se han traducido, que yo sepa, su novela más conocida, Cenizas y diamantes (Bruguera, 1984), un espléndido cuadro analítico de la sociedad polaca de posguerra, y Helo aquí que viene saltando por las montañas (Alianza Editorial, 1969), bellísimo estudio de la figura del artista y las servidumbres del mundo artístico a cuyo fondo se encuentra Picasso. Las puertas del paraíso, 1960, tiene puntos de coincidencia con esta última; las tres son tres obras maestras de dos periodos diferentes en su producción literaria.

LAS PUERTAS DEL PARAÍSO

Jerzy Andrzejewski

Traducción de Sergio Pitol

Pre-Textos. Valencia, 2005

112 páginas. 13 euros

El asunto de Las puertas del paraíso es, en lo anecdótico, el mismo que el de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob: la penosa expedición de niños hacia Jerusalén, imbuidos del espíritu de la Cruzada, que acabó entre enfermedades, raptos, esclavitud y muerte antes de llegar siquiera a los puertos mediterráneos. En el mismo siglo XII sitúa Andrzejewski su expedición, cumple con su relato por medio de cinco de los niños y el sacerdote confesor que los acompaña y ahí acaba toda similitud. Andrzejewski hace bascular la narración entre dos polos: el conde Ludovico y el sacerdote, y los niños se encuentran en medio; con Santiago, el que los convoca y guía; el conde Alesio, hijo adoptivo de Ludovico y testimonio del pecado horrendo del conde; y Roberto, Maud y Beatriz, fascinados y enamorados, como Alesio, de Santiago. A su vez el encuentro entre Ludovico y Santiago es el eje de toda la trama: el pecador -el que, yendo a la conquista de Jerusalén, varió el rumbo para atacar y saquear una ciudad cristiana- y el visionario. Aquí el esquema es una variante de la historia de la búsqueda del Grial, pues Ludovico no podrá cumplir su sueño de volver a Jerusalén para redimirse y Santiago es la encarnación de la pureza, el no-contaminado, como Perceval. Ludovico logra comunicar su anhelo a Santiago y muere ahogado; éste toma el propósito y lo hace suyo: se dirigirá a Jerusalén para abrir sus puertas y rescatar el sepulcro de Cristo por medio de la inocencia y la pureza de los niños. Su llamada es atendida y los campos se despueblan de niños.

Hay dos temas sustanciales

en la representación que crea Andrzejewski; el primero de ellos, lo enuncia Roberto: "Entonces comprendí que el sufrimiento es la sombra de todo amor". La relación amor-sufrimiento establece el campo de relaciones de todos los personajes, pero el amor es doble: carnal y místico. Alesio amplía la percepción de Roberto: "El amor es sólo un nudo de deseos irrealizables, el amor ofrece sólo sufrimiento, en tanto que la oscura voluptuosidad nace y perdura entre el desprecio y el odio". El amor es o inefable e inconsumable como tal, o carnal e insuficiente. Al fondo se encuentra la noción de pureza, cuya única consumación posible es la inmolación.

El segundo tema es el de la expiación. Ludovico rescató de entre la sangre y las ruinas de la ciudad cristiana saqueada a Alesio, a cuyos dos padres había dado muerte como a tantos otros desdichados y al que cría y nombra su heredero; pero ni hay paz en su alma, ni Alesio es, pese a amarlo, otra cosa que el recuerdo de su ciega soberbia. El encuentro de Ludovico con Santiago no es carnal, como con Alesio, sino espiritual y al fin de la noche le deja su anillo, es decir, le entrega simbólicamente el encargo de abrir las puertas de esa Jerusalén que -como en el caso del Grial- sólo está al alcance de los puros de corazón. El anillo transfigura a Santiago y arrastra tras él a la multitud de niños. Entonces, el anciano sacerdote que los acompaña y confiesa, tras confesar a Santiago, ve; y ve, además, el sentido de su sueño. Ha tenido un sueño premonitorio sobre el desastre final que aguarda a la expedición. Al revés que Ludovico, intenta hacer retroceder a la masa de infelices inocentes. Ambas actitudes se tensan y la cuerda se rompe por el lado de la realidad. Los niños, iluminados y enceguecidos, encabezados por Santiago, pasarán sobre el sacerdote y seguirán, pero la realidad no tolera el ideal porque no está en su naturaleza estimarlo. Como se dice el sacerdote al final: "No es la mentira sino la verdad lo que asesina la esperanza".

Y el final de la expedición es el sueño del sacerdote: de la expedición quedan sólo dos niños perdidos que avanzan por el desierto; "el mayor de los dos, que conducía al otro de la mano, vaciló y cayó, sigue, dijo levantando la cabeza con el último aliento"; el pequeño le pregunta al otro, moribundo, ¿no me acompañarás?; y caído le insta a seguir; "entonces el otro empezó a avanzar obedientemente y por sus movimientos reconocí enseguida que era ciego". Solo y ciego, en medio del desierto, tanteando el vacío con las manos, el último de los niños avanza hacia ninguna parte.

Andrzejewski escribe en mo-

nólogos que pertenecen a los cuatro niños y los dos adultos. Están no sólo muy bien enlazados sino intervenidos cuando es necesario por un narrador anónimo, un relator que suelda a la perfección todos los pasos convirtiendo la novela en un solo párrafo de 180 páginas donde la tensión y la belleza de la escritura no cede un ápice al sentido que la sostiene. Tiene en común con Helo aquí... ser un estudio sobre la relación entre espíritu y realidad, estando el anhelo y el amor en el terreno del arte en esta última y en la dicotomía amor místico-amor carnal en Las puertas del paraíso. Pero lo que aquí emerge finalmente es la formidable representación del concepto de pureza que tanto sufrimiento -mucho más que el amor- ha causado en el mundo. Un concepto de origen religioso, todavía y por desgracia de dolorosa actualidad. Esta edición viene encabezada por un prólogo excelente de su traductor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_