Camino a ninguna parte
Andrzejewski es uno de los grandes escritores polacos de la segunda mitad del siglo XX en cuya nómina se encuentran nombres como los de Gombrowicz, Milosz, Iwaskiewicz, Herbert o Szymborska. Él fue un escritor de corte realista, comprometido con el régimen surgido tras la II Guerra Mundial, comprometido después contra el estalinismo; pasó de ser un comunista lúcido a ser un disidente igualmente lúcido. Se mantuvo en Polonia sin tomar el camino del exilio y en Varsovia, donde había nacido, murió en 1980 a los 71 años. En España se han traducido, que yo sepa, su novela más conocida, Cenizas y diamantes (Bruguera, 1984), un espléndido cuadro analítico de la sociedad polaca de posguerra, y Helo aquí que viene saltando por las montañas (Alianza Editorial, 1969), bellísimo estudio de la figura del artista y las servidumbres del mundo artístico a cuyo fondo se encuentra Picasso. Las puertas del paraíso, 1960, tiene puntos de coincidencia con esta última; las tres son tres obras maestras de dos periodos diferentes en su producción literaria.
LAS PUERTAS DEL PARAÍSO
Jerzy Andrzejewski
Traducción de Sergio Pitol
Pre-Textos. Valencia, 2005
112 páginas. 13 euros
El asunto de Las puertas del paraíso es, en lo anecdótico, el mismo que el de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob: la penosa expedición de niños hacia Jerusalén, imbuidos del espíritu de la Cruzada, que acabó entre enfermedades, raptos, esclavitud y muerte antes de llegar siquiera a los puertos mediterráneos. En el mismo siglo XII sitúa Andrzejewski su expedición, cumple con su relato por medio de cinco de los niños y el sacerdote confesor que los acompaña y ahí acaba toda similitud. Andrzejewski hace bascular la narración entre dos polos: el conde Ludovico y el sacerdote, y los niños se encuentran en medio; con Santiago, el que los convoca y guía; el conde Alesio, hijo adoptivo de Ludovico y testimonio del pecado horrendo del conde; y Roberto, Maud y Beatriz, fascinados y enamorados, como Alesio, de Santiago. A su vez el encuentro entre Ludovico y Santiago es el eje de toda la trama: el pecador -el que, yendo a la conquista de Jerusalén, varió el rumbo para atacar y saquear una ciudad cristiana- y el visionario. Aquí el esquema es una variante de la historia de la búsqueda del Grial, pues Ludovico no podrá cumplir su sueño de volver a Jerusalén para redimirse y Santiago es la encarnación de la pureza, el no-contaminado, como Perceval. Ludovico logra comunicar su anhelo a Santiago y muere ahogado; éste toma el propósito y lo hace suyo: se dirigirá a Jerusalén para abrir sus puertas y rescatar el sepulcro de Cristo por medio de la inocencia y la pureza de los niños. Su llamada es atendida y los campos se despueblan de niños.
Hay dos temas sustanciales
en la representación que crea Andrzejewski; el primero de ellos, lo enuncia Roberto: "Entonces comprendí que el sufrimiento es la sombra de todo amor". La relación amor-sufrimiento establece el campo de relaciones de todos los personajes, pero el amor es doble: carnal y místico. Alesio amplía la percepción de Roberto: "El amor es sólo un nudo de deseos irrealizables, el amor ofrece sólo sufrimiento, en tanto que la oscura voluptuosidad nace y perdura entre el desprecio y el odio". El amor es o inefable e inconsumable como tal, o carnal e insuficiente. Al fondo se encuentra la noción de pureza, cuya única consumación posible es la inmolación.
El segundo tema es el de la expiación. Ludovico rescató de entre la sangre y las ruinas de la ciudad cristiana saqueada a Alesio, a cuyos dos padres había dado muerte como a tantos otros desdichados y al que cría y nombra su heredero; pero ni hay paz en su alma, ni Alesio es, pese a amarlo, otra cosa que el recuerdo de su ciega soberbia. El encuentro de Ludovico con Santiago no es carnal, como con Alesio, sino espiritual y al fin de la noche le deja su anillo, es decir, le entrega simbólicamente el encargo de abrir las puertas de esa Jerusalén que -como en el caso del Grial- sólo está al alcance de los puros de corazón. El anillo transfigura a Santiago y arrastra tras él a la multitud de niños. Entonces, el anciano sacerdote que los acompaña y confiesa, tras confesar a Santiago, ve; y ve, además, el sentido de su sueño. Ha tenido un sueño premonitorio sobre el desastre final que aguarda a la expedición. Al revés que Ludovico, intenta hacer retroceder a la masa de infelices inocentes. Ambas actitudes se tensan y la cuerda se rompe por el lado de la realidad. Los niños, iluminados y enceguecidos, encabezados por Santiago, pasarán sobre el sacerdote y seguirán, pero la realidad no tolera el ideal porque no está en su naturaleza estimarlo. Como se dice el sacerdote al final: "No es la mentira sino la verdad lo que asesina la esperanza".
Y el final de la expedición es el sueño del sacerdote: de la expedición quedan sólo dos niños perdidos que avanzan por el desierto; "el mayor de los dos, que conducía al otro de la mano, vaciló y cayó, sigue, dijo levantando la cabeza con el último aliento"; el pequeño le pregunta al otro, moribundo, ¿no me acompañarás?; y caído le insta a seguir; "entonces el otro empezó a avanzar obedientemente y por sus movimientos reconocí enseguida que era ciego". Solo y ciego, en medio del desierto, tanteando el vacío con las manos, el último de los niños avanza hacia ninguna parte.
Andrzejewski escribe en mo-
nólogos que pertenecen a los cuatro niños y los dos adultos. Están no sólo muy bien enlazados sino intervenidos cuando es necesario por un narrador anónimo, un relator que suelda a la perfección todos los pasos convirtiendo la novela en un solo párrafo de 180 páginas donde la tensión y la belleza de la escritura no cede un ápice al sentido que la sostiene. Tiene en común con Helo aquí... ser un estudio sobre la relación entre espíritu y realidad, estando el anhelo y el amor en el terreno del arte en esta última y en la dicotomía amor místico-amor carnal en Las puertas del paraíso. Pero lo que aquí emerge finalmente es la formidable representación del concepto de pureza que tanto sufrimiento -mucho más que el amor- ha causado en el mundo. Un concepto de origen religioso, todavía y por desgracia de dolorosa actualidad. Esta edición viene encabezada por un prólogo excelente de su traductor.
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