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Columna
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Prójimo

"EN UNA palabra", reflexionaba con amargura Antonio Dorigo, un refinado esteta milanés por la cincuentena, habiéndose enamorado de una prostituta de 20 años, "tenía la sensación de estar a la merced de una fuerza salvaje e infinitamente más fuerte que él, por lo que se volvía un niño frágil e indefenso". Hasta entonces, Dorigo, tímido, sensible y físicamente acomplejado, había resuelto sus insoslayables carencias afectivo-sexuales con la visita periódica a una respetable casa de citas de Milán, donde se prostituían ocasionalmente jovencitas. ¿Qué le pudo ocurrir para que esta satisfactoria y muy funcional compensación, largamente practicada, se transformase en una pesadilla?

Según Dino Buzzati (1906-1972), el autor de la novela Un amor (Gadir), donde se narra la desdichada historia de la insatisfecha pasión erótica de Dorigo, la razón primera del catastrófico enredo amoroso en el que se precipita es su súbita fijación libidinosa en una jovencita hermosa, llamada Laide, con la que quiere seguir haciendo el amor, no porque destaque especialmente sobre las demás que le son ofrecidas, sino, quizá, en todo caso, porque enseguida ella demuestra una mayor indiferencia que las restantes. Sea como sea, Dorigo se encuentra atrapado, casi sin darse cuenta, por una creciente atracción que le arrastra y, naturalmente, engaño tras engaño, puro desengaño, le degrada hasta lo insufrible. El talento de Buzzati es mantenernos en vilo, durante la casi totalidad de la narración de una historia archiconocida -El ángel azul, Lulú o, qué sé yo, Lola Montes-, mediante la puntual descripción del angustioso callejón sin salida del amor por una puta, a la que se paga por fingir una correspondencia erótica.

Pero el genio de Buzzati consiste, no sólo en no responder hasta casi la última página del libro a la pregunta antes dejada en suspenso, cuya obvia respuesta es que Dorigo ha sentido, sin notarlo, que la muerte crece dentro de sí y quiere agarrarse al clavo ardiente de la juventud vicaria, sino que, tras la liberación producida mediante un máximo sufrimiento, el de la desesperación de vivir en falso, accede a la auténtica naturaleza del amor.

En el ensayo titulado El prójimo (Anthropos), del filósofo Hermann Cohen (1842-1918), se utiliza el término alemán Gesinnung para explicar la total vinculación que exige el amor a los demás, por la que nos sentimos indeclinablemente en comunidad, una pasión sin precio, porque se produce sin correspondencia. En el último párrafo de su novela, Dorigo, al contemplar el inocente sueño de la mujer que ha maltratado su existencia, se percata del imposible absurdo que es amar un cuerpo sin alma, cuya presencia luminosa, no obstante, le es súbitamente revelada: "Era su hora, sin que ella lo supiese había llegado para Laide la gran hora de la vida y mañana tal vez fuera todo como antes, pero, entretanto, ella, por un instante, estaba allí por encima de todos, era la cosa más bella, preciosa e importante de la Tierra. Pero la ciudad dormía, las calles estaban desiertas, nadie, ni siquiera él, alzaría los ojos para mirarla".

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