"Hemos tenido mucha suerte"
La recepcionista del edificio frente al que atentó ETA el miércoles pensó que la bomba estaba dentro, al ver bajar a la gente herida
A pesar de haber sufrido un atentado a escasos metros de sus lugares de trabajo, los empleados de Bull se sentían ayer afortunados. Un día después de que estallara un coche bomba colocado por ETA frente a la sede social de esta empresa francesa en Madrid, los trabajadores de la compañía recuerdan lo pasado, dónde estaba cada uno, qué hacía en ese momento..., y hablan sobre todo de "la suerte" que tuvieron. Y eso a pesar de las 43 personas que sufrieron heridas leves provocadas en su mayoría por cortes de los cristales de las ventanas que estallaron. Tan sólo cuatro faltaron ayer a sus puestos de trabajo por sufrir heridas físicas o psíquicas.
Son los propios empleados quienes hablan de buena fortuna. "Por diferentes circunstancias", relata una de las personas que trabajan en la planta baja del edificio -la más afectada por la explosión-, "no había casi nadie en su puesto de trabajo" en esta planta cuando explotó el coche bomba a menos de 10 metros de sus sillas. Eran las 9.35, muchos empleados habían salido a tomar café. Esto evitó males mayores. En este lugar, el departamento de atención al cliente de la empresa, trabajan habitualmente entre 35 y 40 personas, algunas de ellas a medio metro de la ventana. Menos de una decena estaban allí cuando explotó el artefacto. Por ejemplo, Antonio Serrano, que debería haber estado en su silla a un metro de una de las ventanas que reventó, pero había pedido el día libre. No fue el único; otros compañeros tampoco habían ido a trabajar o estaban llegando.
Todas estas circunstancias contribuyeron a que no haya habido que lamentar víctimas mortales. A juzgar por el aspecto que presentan ciertas partes del edificio -dos bloques de cinco plantas unidos por una estructura en forma de esfera gigante que se incrusta entre ambos y los une-, casi parece extraño que no se llegaran a producir. La fachada no resultó excesivamente afectada por la explosión. Algunas ventanas rotas, dos puertas destrozadas y numerosos agujeros causados por impactos de trozos del coche bomba (como si alguien hubiera ametrallado la fachada) recuerdan que se produjo un atentado. Hay también un cierto olor a chamusquina y una mancha negra en el lugar donde estalló el vehículo.
Eso en el exterior. En el interior, los efectos del atentado saltan a la vista a pesar del trabajo de los servicios de limpieza. Las ventanas reventaron casi sin excepción en las tres primeras plantas. Se salieron los marcos. Esto no se aprecia desde fuera porque, al ser ventanas dobles, los cristales exteriores, de seguridad, resistieron el efecto de la onda expansiva. No ocurrió lo mismo con los interiores, que estallaron y causaron cortes a algunos empleados. Fueron estos pequeños trozos de cristal, junto a los restos del vehículo, los que provocaron los mayores destrozos. Salieron disparados en todas direcciones arrasando cuanto encontraban a su paso: pantallas de ordenador picadas, sillas arañadas, armarios en el extremo opuesto de la estancia perforados por el cristal... Que no hubiera heridos graves parece fruto del azar.
Tom Lyons trabaja en Steria Iberia, otra empresa del edificio. Tiene una teoría: "Es como si la onda expansiva hubiera tirado a la gente al suelo y eso evitó que hubiera más heridos, porque la gente estaba en el suelo cuando estallaron los cristales". A su lado, Mariló Jiménez, compañera de trabajo, asiente y afirma: "Pensé que era un terremoto, todo se movía".
Poco a poco, los trabajadores -unos 350- vuelven a la normalidad. Todos pasaron un gran susto, y casi todos tuvieron claro desde un principio qué había pasado: "Bomba" fue la palabra que les vino a la cabeza. No sólo la escucharon, también la sintieron. La onda expansiva les tiró al suelo, volcó ordenadores, sillas, impresoras... Y no sólo en las plantas más bajas. En la quinta planta, en el otro extremo del edificio, algunas personas fueron tumbadas por el efecto de la onda.
La primera planta también sufrió desperfectos. Los marcos de las ventanas, reventados, se salieron de la pared. Tal fue la fuerza de la explosión que incluso parte del gato hidráulico del vehículo apareció en esta planta. Aquí, algo que no ocurrió en el bajo, el falso techo típico de las oficinas que oculta el cableado y la calefacción se vino abajo, cayendo sobre los empleados que intentaban, algunos llenos de cortes, salir del edificio. Yolanda, la recepcionista, pensó que la bomba la habían puesto dentro del edificio, en la segunda planta: "Veía a la gente bajar ensangrentada y creía que había sido arriba", cuenta.
Ayer la situación era más tranquila. Ya repuestos del susto, los trabajadores intentan volver a la normalidad. Empleados del Ayuntamiento y de la propia empresa limpiaron el edificio durante toda la noche, por lo que casi todos regresaron a sus puestos de trabajo ayer. "De momento estamos bien", cuenta Manuel Armenteros, director de comunicación de Bull. "Mañana vendrá el bajón".
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