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Columna
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Mecanismos por donde entra el aire

Soledad Gallego-Díaz

Desde que empezó 2005, año de Einstein, Javier Solana viene aconsejando a sus interlocutores que tengan en cuenta que "en esta vida, todo es relativo". Así que quienes reprochan a la Constitución europea que sea muy oscura (quizás cumpliendo la mitad de la recomendación de Napoleón de que los textos fundacionales sean lo más "cortos y oscuros" que se pueda), deben pararse a pensar que lo es relativamente.

Desde luego, el proceso de construcción europea no ha ido parejo a un proceso de simplificación del lenguaje. El Tratado de la Comunidad Europea para el Carbón y el Acero, de 1951, estaba mucho mejor escrito y era mucho más comprensible y apasionante que el Tratado de Maastricht, de 1991. Y el de Amsterdam (1997) era un galimatías tan grande que fue necesario contratar a expertos de fuera para que leyeran y releyeran algunos de los acuerdos alcanzados por los dirigentes europeos y ver si eran capaces de poner algo en limpio.

Es cierto que la Constitución es un monumento al lenguaje burocrático, y que es capaz en ocasiones de usar tres palabras donde bastaría con una sola. Pero también lo es que dentro de esa espesura se han abierto algunos mecanismos por donde entra el aire. Por ejemplo, tiene un interesante artículo (I-50) que los ciudadanos, incluidos los periodistas, deberíamos estudiar. La redacción es, como siempre, algo retorcida: "A fin de fomentar una buena gobernanza y la participación de la sociedad civil, las instituciones, órganos y organismos de la UE actuarán con el mayor respeto posible al principio de apertura". (Ver el estudio elaborado por López Garrido. Editorial Bomarzo). Lo que importa es que, a trancas y barrancas, pregona la transparencia como algo que se le puede exigir a la Administración europea. Y que eso puede ser un foco de luz en medio de tanta oscuridad y apagón informativo como venimos padeciendo desde hace años.

La obligación de las Administraciones públicas de actuar con transparencia no figura en la Constitución española ni en los estatutos de autonomía y, sin embargo, cada día es más evidente que sólo el acceso de los ciudadanos a los documentos originales puede poner coto a las renovadas habilidades de los Gobiernos de todo tipo (nacional, autonómico o local) para ofrecernos "interpretaciones" de la realidad que, casualmente, beneficien sus intereses y, sobre todo, justifican sus objetivos. No hace falta recurrir al ejemplo de la guerra de Irak. Basta con mirar a nuestro propio patio (incluido el barrio del Carmel) para descubrir que si no podemos acceder a la mayoría de los documentos de que disponen las Administraciones no es porque peligre la seguridad del Estado sino porque peligra el futuro político de determinadas personas.

La Constitución anuncia otro punto interesante: por primera vez, las sesiones del Consejo de Ministros serán públicas cuando se delibere y vote sobre un "proyecto de acto legislativo". No significa que vayamos a presenciar sus debates políticos (que siguen siendo tan secretos como los del Consejo de Ministros español) pero sí que, por lo menos, tendrán que explicarse en público cuando estén actuando como poder legislativo, como si fueran el Senado de la UE, cosa que ahora hacen a puerta cerrada.

La transparencia es un valor democrático imprescindible... y, contra lo que pueda parecer, cada día menos frecuente. Además, es uno de los elementos que mejor puede ayudar a alimentar el buen periodismo, entendido como el periodismo interesado en asuntos públicos. Siempre que no haya llegado el momento de ser todavía un poco más pesimista y pensar, como Evan Cornog, profesor de la Universidad de Columbia, que el problema es otro: no se puede hacer buen periodismo cuando resulta que a los lectores no les interesa lo más mínimo semejante cosa. Quizás, los índices de lectura de periódicos o incluso de espectadores de informativos de televisión en los países más desarrollados estén bajando por la simple razón de que cada vez importan menos los asuntos públicos. O, como dice otro buen pesimista, Gilbert Cranberg, de la Universidad de Iowa, porque el buen periodismo necesita apelar a la razón y estos son tiempos en los que prosperan las creencias y las distintas fes, fomentadas desde la escuela y, claro está, por los propios medios de comunicación. solg@elpais.es

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