Las promesas de Camps
Yo le rogaría al presidente Camps que no se excediese en sus promesas a los alicantinos. Si cada vez que visita la ciudad se siente en la obligación de ofrecernos un palacio de congresos, un auditorio o un pabellón deportivo, corre el riesgo de dejar exhaustas las arcas de la Generalidad. Y, lo que es más grave, Alicante se quedaría sin terrenos para edificar, con lo que tal vez Díaz Alperi le retirara el sostén que ahora le presta. Ni las cuentas de la Generalidad ni los apoyos del presidente están como para jugar con ellos en el momento actual. Claro que si las promesas de Francisco Camps tienen todas la misma ductilidad que las que ha formulado hasta la fecha, no hay motivos para preocuparse.
Desde que accedió a la presidencia de la Generalidad, Francisco Camps ha adquirido la costumbre de viajar a Alicante con frecuencia. Es una muestra de cortesía que el alicantino agradece. Digamos que, en este aspecto, la conducta del presidente es irreprochable y sus maneras, exquisitas. El problema es que, como debe procurar que su presencia no pase desapercibida, Camps se siente en la obligación de prometer a los alicantinos una cosa u otra cada vez que aparece por la ciudad. Como es fácil imaginar, el tratamiento que da la prensa a una visita con promesas respecto a otra que no las incluya es completamente diferente. Esto fuerza al presidente a un juego enrevesado, que oscila, según las ocasiones, entre la sutileza y la bastedad.
Recuerdo que a finales de 2003, en pleno frenesí de la Copa del América, Francisco Camps acudió a Alicante. Quizá lo hizo con la intención de evitar que la ciudad se sintiera marginada respecto a Valencia, que había sido nombrada sede de la competición. Ya se sabe lo susceptible que puede mostrarse el alicantino en esas situaciones, sobre todo si hay alguien azuzándole detrás. Como Camps no podía, en aquella ocasión, ofrecer nada a Alicante, salió del paso con un par de elogios y afirmando que se ampliarían los amarres de la dársena del puerto (¿). Naturalmente, el presidente no adquirió un sólo compromiso, ni escrito ni verbal. Eso sí, obtuvo lugares destacados en los periódicos.
La visita se repitió unos meses después. En esa ocasión, Camps anunció que la Generalidad correría con los gastos del palacio de congresos. Como alguien debió advertirle que esa promesa ya la había formulado el Gobierno valenciano tiempo atrás, decidió salir del aprieto con una propina. "A lo mejor, la Generalidad construye un auditorio en Alicante", declaró el presidente en un alarde de improvisación. Ahora que ha vuelto Camps a Alicante, hemos podido comprobar que el auditorio ya no figura en su lista de promesas. No me extrañaría que el alcalde Díaz Alperi lo haya considerado demasiado elitista para la ciudad. Un pabellón de deportes ocupa ahora su lugar.
Al repasar las inversiones que Francisco Camps acaba de prometer para la ciudad, nos quedamos un tanto desorientados. El presidente ha dicho que su Gobierno invertirá en Alicante 840 millones de euros durante los próximos cuatro años. Sin embargo, ha callado que las tres cuartas partes de ese dinero corresponden a proyectos en los que ya se trabajaba con anterioridad. Esto quiere decir, si las cuentas son exactas, que Alicante recibirá para nuevas inversiones 50 millones de euros anuales durante los próximos cuatro años. No sé si estas cifras permiten afirmar -como se ha hecho- que la Generalidad se vuelca con Alicante.
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