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Columna
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Marca Madrid

De repente Madrid se siente orgullosa de sí misma y a muchos madrileños nos desconcierta. Hasta hora hemos vivido con la asunción de que ésta era una ciudad fea, sin himno, con la carencia del mar como una tara admitida. Sin patriotismos, engreimientos o traumas, desconocemos el número exacto de las estrellas de la bandera, el día de la Almudena, si el cocido, en plena campaña anticolesterol, es todavía el plato a defender como enseña territorial. Sin embargo, estos últimos días, con la Comisión de Evaluación del COI por nuestras calles, Madrid se ha ofrecido más que nunca como un producto definido y consolidado, con su propia idiosincrasia y voluntad consensuada, como si todos los madrileños sintiésemos igual, tuviésemos los mismos anhelos y plan de futuro.

Este mes está previsto que el Ayuntamiento dé a conocer la nueva Marca Madrid. Con la intención de situar a la capital entre las principales ciudades del siglo XXI, Ruiz- Gallardón y su equipo han puesto en marcha un plan de internacionalización que presenta a Madrid, a través de una imagen y una personalidad diseñada, como un lugar idóneo para la inversión extranjera de capital, especialmente asiático, ahora mayoritariamente destinado a Barcelona. Este plan de autoafirmación territorial, junto a la campaña olímpica, conforman un nuevo nacionalismo madrileño postizo y absurdo.

Ante esta reciente glorificación de las virtudes de Madrid con las que muchos habitantes nunca habíamos contado (resignados, entre otras cosas, a ser representados por un oso encaramado a un madroño) los oriundos de la Villa nos encontramos perplejos. De repente, vemos nuestra ciudad empapelada por su propio nombre en numerosos carteles con el logotipo de los pretendidos Juegos Olímpicos, abrumados por una autocomplacencia y un alarde que nos resulta inasumible.

De la misma forma que es costoso sentirse instantáneamente europeo, identificado con la novena sinfonía de Beethoven, con la bandera estrellada y con el texto de la nueva Constitución (lectura tan obligatoria y fracasada este año como El Quijote), es difícil sacar pecho por ser madrileño. Quizá por la falta de costumbre. Es cierto que existen suficientes motivos para estar satisfechos de haber nacido en la capital, de vivir en una metrópoli con la mejor pinacoteca y con equipo con más Copas de Europa del mundo, pero carecemos de autoestima, de una petulancia que, sin embargo, ni nos acompleja ni disminuye. Los madrileños observamos la presunción nacionalista de otras regiones con asombro e incomprensión, pero sin envidia. No hemos echado de menos la vanagloria territorial, no hemos buscado motivos para regodearnos por haber nacido aquí, no hemos pretendido presumir ni autocompadecernos por ello.

El otro día escuché en la radio cómo un locutor felicitaba a un personaje gallego conocido por la cantidad de Goyas que habían recibido sus compatriotas por Mar adentro. "Sí, estoy muy contento", afirmaba el entrevistado, "pero Luis Tosar ya se había llevado dos por Los lunes al sol y Te doy mis ojos". Esta camaradería regional habría sido impensable entre dos madrileños, que ni siquiera llevamos la cuenta de cuántos triunfadores españoles son de aquí. Porque ser de Madrid no es ningún orgullo ni ninguna lacra, es un accidente sin consecuencias, con sus ventajas y sus inconvenientes, pero no una característica que nos defina, nos marque y nos represente.

Madrid, con motivo de su aspiración a los Juegos de la próxima década, busca ahora la identidad que nunca tuvo, quiere conformarse una personalidad, una imagen que resulte atractiva, no sólo a los jueces olímpicos o a los magnates asiáticos, sino a los propios madrileños. Sin embargo, los de aquí hemos vivido con la tranquilidad de no abanderar ningún nacionalismo, de no luchar por la visibilidad de una bandera, un idioma o un pasado. Hoy, en cambio, se nos pretende involucrar en un proyecto promocional que, de momento, tiene que ver más con la vanidad territorial que con el deporte. La mayoría de los madrileños nos alegraremos si el próximo 6 de julio nuestra ciudad es elegida para ser sede de los Juegos Olímpicos de 2012, pero ni entonces ni ahora nos sentiremos orgullosos de ser de esta meseta. Si el COI escoge otra ciudad no nos lo tomaremos como algo personal. Ésa es nuestra personalidad.

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