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Columna
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Duro invierno

Llueve por fin en este invierno duro hasta la crueldad. Un invierno que nació con la devastación del tsunami, que luego destrozó cosechas y ahora nos hiela el corazón con ese grito de muerte que nos llega desde las altas tierras de Els Ports. El monóxido de carbono, provocado por una estufa en malas condiciones, se ha cebado en dieciocho personas que celebraban la alegría de vivir, lo que hace aún más dolorosa y absurda esta tragedia.

Duro invierno en el que los científicos tratan de alertar al mundo sobre los peligros del cambio climático. Los especialistas de todo el planeta, reunidos estos días en Exeter (Gran Bretaña) han sido unánimes: no hay ninguna duda sobre el hecho de que el clima cambia. De aquí a 2050 el recalentamiento del planeta podría provocar el desplazamiento de 150 millones de personas, según Rajandra Pachauri, presidente del Grupo Intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC). Se calcula que sólo en India, el aumento de las temperaturas y la subsiguiente subida de las aguas podría motivar el desplazamiento de entre 20 y 60 millones de personas. Bangladesh perdería el 17% de su superficie, provocando el desplazamiento de 15 millones de seres humanos. En Egipto podrían desaparecer entre el 12% y el 15% de las tierras cultivables. Las hambrunas consiguientes podrían forzar el desplazamiento de 50 millones de personas. Además el recalentamiento del planeta agravará las sequías y los problemas derivados de la falta de agua potable. El sur de Asia, Oriente Próximo y nuestro Mediterráneo son las regiones donde más personas se verán afectadas por la falta de recursos hídricos. Y según los expertos, si no se cambia la tendencia al recalentamiento, se verán amenazados los medios de subsistencia de millones de africanos.

Dentro de ocho días entra en vigor el Protocolo de Kioto que limita la emisión de gases con efecto invernadero. Un acuerdo que no ha suscrito el Gobierno de Estados Unidos, el país que produce más gases de este tipo. Con la misma fuerza con la que afirmaba la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, con la misma cerrazón con la que se ha opuesto a la condonación de la deuda externa de los países más pobres y a la creación de fondos especiales para su desarrollo, la superpotencia niega la tesis sostenida por la comunidad científica sobre el calentamiento de la biosfera.

Nos negamos a aceptar accidentes terribles como el de Todolella, catástrofes naturales como el tsunami. Nos rebelamos frente a ellas y al final aceptamos, impotentes, el desastre consumado. Sí. ¿Pero cómo encarar la historia, el legado del mundo que dejaremos a los hijos de nuestros hijos, violando conscientemente las normas de funcionamiento de la gran estufa global? Quedamos sobrecogidos ante el grito que viene de las frías sierras que rodean Morella. Somos humanos, sí. Pero también nos tapamos los oídos ante el aullido del mundo. No queremos saber que, si las cosas siguen así, el invierno del mundo no ha hecho más que empezar y permitimos que otros, que no son humanos, actúen impunemente.

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