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Columna
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Grupo Mixto

El hombre es un ser que se relaciona con otros hombres no necesariamente para hacer negocios, conspirar, combatir en la guerra o presenciar un partido de fútbol. La relación con el otro género queda fuera de esta disquisición y constituye ámbito específico. Una gran mayoría de ellos, si nos circunscribimos a esta Villa y Comunidad de Madrid, ha sentido otras motivaciones, por ejemplo, la caza en su temporada, que moviliza docenas de miles de escopetas desparramadas por las duras tierras invernales de la provincia. Dicen que ahora van muchos al gimnasio, actividad que tiene poco que ver con el humanismo, aunque rezume humanidad.

Me remito, con frecuencia que espero no exaspere a los posibles lectores, a divagar sobre la tertulia, la controversia, la discusión que tan larga tradición tiene entre nosotros. En el hogar, el inocente marido se justifica con la esposa: "Voy un rato con los amigos"; entrañable enunciado que no siempre es verídico, pues se puede asistir a una tertulia durante años sin experimentar amistad y afecto a sus componentes.

A eso iba: al hecho de reunirse unos cuantos varones para algo tan importante y generoso como perder el tiempo, sea delante de una copa de vino o una taza de café. Puede definirse, una vez más, al hombre como quien precisa la sociedad de otros, sin fines específicos. O sea, para hablar de lo que se conoce y de lo que se ignora, de la actualidad política o deportiva, de temas gremiales o de lugares remotos. Parece que este asunto lleva camino de extinguirse y sospecho -con escaso fundamento- que la consunción de esa costumbre inocua va a desaparecer, en parte, por la presencia invasora de las mujeres en el mundo del trabajo. Sí, señores. Si el individuo que ha fundado una familia tiene que compartir las tareas del hogar -como parece justo-, no sé de dónde puede sacar esa hora y media de cháchara aparentemente inútil con amigos o colegas.

Antes, hasta hace poco, aunque la vida doméstica que tomamos como generalización fuese plenamente feliz, el sujeto sentía la necesidad de mezclarse con los machos de su especie, quitándose de en medio para que la mujer pudiera concluir sus trabajos caseros, darse el descanso merecido de la presencia conyugal o, por qué no, entrevistarse fugazmente con un amante ocasional, que todo podía ocurrir. El viejo café, en vías de desaparición, algunos bares que resisten, y el rincón amable en la cafetería del barrio, han sido los lugares de encuentro. Se nota el declive en que no hay relevo generacional apreciable y ello deriva en que esa coincidencia se vuelva mortecina y un observador perspicaz y desocupado lo descubriría en las pausas que se producen donde antes hubo gran algarabía. Extenuados los temas habituales llegan a producirse silencios que parecen fotografías congeladas, donde nadie habla, durante largos minutos y ni siquiera cambia de postura. Tampoco se hace el menor esfuerzo por reavivar o animar la charla porque ya se lo han dicho todo.

En general, las tertulias madrileñas son longevas y se extinguen con la desaparición de sus miembros, algo que se produce poco a poco e inaugura un inevitable peregrinaje por los templos donde se celebran los funerales. Hay que ir si deseas que asistan al tuyo, lo que desanima en grado sumo a los supervivientes. Existen tertulias en Madrid con más de 40 o 50 años, menguadas, claro está, por la paulatina e inexorable desaparición de sus componentes. Debería llevarse un registro municipal de las consolidadas, como un bien espiritual mostrenco, cuyo destino parece diseñarse en los centros de la tercera edad, donde en lugar de cambiarse ideas, frases o comentarios se trafica con fichas y con naipes.

Reseño un curioso fenómeno, que quizás se dé en otras partes: cuando una tertulia declina, los miembros residuales se adhieren a otras, aunque haya escasas o nulas concomitancias o aficiones. De una vieja tertulia encabezada algún tiempo en el bar Balmoral, que reunía a periodistas, escritores y afines, requisando el mejor sitio del local, he llegado a ser el último con cierta actividad y movilidad y durante estos años disfruté acogido por otro grupo de ingenieros de caminos, labradores, economistas y diplomáticos que, a su vez, van desapareciendo y llevo tres fechas consecutivas sin que aparezca ninguno. Lanzo la idea de que cuando eso vuelva a suceder -y ocurre muy a menudo- se cree la figura del Grupo Mixto, a imagen del que reúne las escurriduras de los diputados a la deriva.

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