Montar el pollo
El Eje de la Prosperidad levantado por el gobierno balear, valenciano y madrileño empieza a dar sus frutos. Como bastión conservador ante la avalancha socialista y refugio de invierno para las más esperanzadas de sus figuras provincianas, la alianza popular fue concebida para cuidar el rebaño, suministrar recursos a las exiguas arcas centrales y escenificar en el mapa autonómico la esencia doctrinal de sus alardes ideológicos. Una política que bien llevada podrá engrasar el eje de la próspera carreta balear-valenciana-madrileña pero que a fin de cuentas no es más que la instrucción del supremo neocon (epíteto que siempre debe pronunciarse en francés): la sociedad funcionará mucho mejor sin el Estado.
Los populares mallorquines creen sinceramente en la inminencia de esta profecía y están dispuestos a demostrarlo, pero mientras el Estado posea todavía tantos recursos económicos prefieren ejecutar un sistemático plan de gasto que siendo muy similar al despilfarro, no lo parezca. La más reciente de las geniales ideas alumbradas por la coalición gobernante balear (PP-UM) ha sido una campaña publicitaria a favor de la bulimia.
Es cierto que la glotonería popular no necesita ser jaleada con mensajes culinarios y que la tradición gastronómica ensalza a los héroes que saben tragar sin reventar. Pero precisamente por ello, para consolidar la más sagrada de nuestras tradiciones, los administradores de la coalición gobernante dedican parte sustancial del presupuesto público a sufragar festines y comilonas. Por experiencia saben que la ofuscación parlamentaria se transforma cuando al orador perezoso se le invita a comer, liberándose en los restaurantes una locuacidad cuya lucidez resulta inmejorable. En estos templos nutritivos se trama el consenso que hace llevadero el sacrificio democrático. Y a cualquiera que haya tenido la oportunidad de fisgonear en los reservados le parecerá admirable ver comer en la misma mesa a energúmenos que preferirían devorarse.
Conscientes de la decisiva aportación cívica de esta costumbre, la coalición gobernante identificó el instinto básico de los mallorquines y adoptó como emblema para su campaña publicitaria la sentencia que pronuncian los comensales satisfechos antes de llevarse la servilleta a la boca: està boníssim!
El caso es que mientras la coalición gobernante concebía su contribución a la desdicha navideña, unos funcionarios de la consejería de Sanidad descubrieron que los pollos mallorquines se alimentaban con piensos enriquecidos con un antibiótico prohibido: el cloranfenicol.
Como sólo en las condiciones adversas puede medirse el fuste de un gobernante destinado a ser un verdadero hombre de Estado (vaticinio que Zaplana dedica extrañamente a Jaime Matas), el presidente autonómico afrontó una disyuntiva ciertamente terrible: o respetar el confiado ambiente de los banquetes familiares o amargarnos las fiestas con las minucias farmacológicas que aterran a los hipocondriacos.
Para evitar el ruidoso pánico y la alarma social que generan las malas noticias, el Gobierno regional impidió las denuncias y consintió a los dueños de las granjas que alimentaran a sus pollos con cloranfenicol. Y nada se habría sabido si el Diario de Mallorca no hubiera descubierto la conspiración gubernamental, dejando en evidencia el negligente trato de favor ofrecido a los empresarios del pollo.
Siendo ya de por sí sublime el talento político que hace falta tener para elegir entre montar el pollo y salvar al pollo, la pericia gubernamental alcanzó logros inimaginables una vez que los consumidores empezaron a escupir en el plato los restos del pollo que estaban masticando. El equipo de Jaime Matas divulgó un diagnóstico tranquilizador, y transmitió a la ciudadanía un mensaje de confianza en los controles sanitarios transferidos al Gobierno balear.
Pero leer la relación de alteraciones que puede provocar el consumo de cloranfenicol ya es de por sí una experiencia para la que no todo el mundo está preparado. El Comité científico, conjunto de la FAO y de la OMS, lo describe como una sustancia genotóxica que favorece la aparición del cáncer y causa daños genéticos irreversibles. Su ingesta produce una enfermedad grave llamada "anemia aplásica" que en algunos casos cul-mina en pancitopenia letal, según describen los manuales en Internet y al alcance de cualquier consumidor maniático. Los síntomas comunes son tan repugnantes como los nombres que se ponen a estas asquerosas enfermedades: después de perder su color habitual, la piel del individuo afectado se torna grisácea, sufre dolores de cabeza, hemorragias, y otras lindezas neurológicas y gastrointestinales.
A pesar de tan funesta predicción, el Gobierno autonómico -que evita en lo posible ser autónomo de ciertos pollos- no considera preocupante el tráfico clandestino de cloranfenicol, rechaza la ayuda ofrecida por la Delegación del Gobierno central para localizar y aislar las granjas contaminadas y pone el grito en el cielo cuando la Guardia Civil inicia sus pesquisas y las pone en conocimiento de la Fiscalía. A cambio, en su web, reitera su mensaje: "no es necesario que los consumidores adopten medidas especiales ni tengan que modificar sus hábitos alimentarios".
Para dar ejemplo, los comensales habituales en los banquetes subvencionados tienen previsto fotografiarse chupándose los dedos y, como Fraga en Palomares, celebrar en público haberse zampado un pollo autóctono que està boníssim. Así propiciarán la indefinida prosperidad de las granjas mallorquinas y nos enseñarán cómo puede la sociedad civil corregir sus excesos sin la impertinente intromisión del Estado.
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