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Crónica:NUESTRO TIEMPO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El 'hombre de Davos'

Timothy Garton Ash

Algunas de las personas más listas e interesantes que he conocido, este año, en los cinco días de la reunión del Foro Económico Mundial que se celebra en la ciudad suiza eran indias, chinas, africanas, y mujeres. Sin embargo, siguen siendo una minoría entre los participantes. La cultura dominante en Davos es la del hombre occidental blanco.

Samuel Huntington, a quien se atribuye la invención del término hombre de Davos, afirmó el año pasado que los miembros de esta élite mundial "tienen escasa necesidad de lealtades nacionales, consideran las fronteras nacionales como obstáculos que, por fortuna, están desapareciendo, y creen que los Gobiernos nacionales son restos del pasado y que su única utilidad es la de facilitar las actividades de esa élite mundial". Curiosamente, su artículo se publicó en The National Interest.

La sensación que he tenido en Davos es que los estadounidenses se han vuelto más estadounidenses; los europeos, más europeos, y los británicos están desgarrados entre los dos
La globalización es una idea deliciosa: una especie de comunismo capitalista. En vez de "el trabajador no tiene patria", ahora es "el capitalista no tiene patria"
Los chinos y los indios, llenos de astucia, no decían nada, pero lo veían todo, callados y conscientes de su poder económico, cada vez mayor

William F. Browder, director del Fondo de Gestión de Capitales Hermitage, con sede en Moscú, parece confirmar la hipótesis de Huntington. "La identidad nacional no supone ninguna diferencia para mí", le declaró a un periodista de la revista Time. Como para demostrarlo, en 1988 obtuvo la nacionalidad británica. "Me siento completamente internacional. Si uno tiene cuatro buenos amigos y le gusta lo que hace, da igual dónde esté. Eso es la globalización".

Es una idea deliciosa: una especie de comunismo capitalista. En vez de "el trabajador no tiene patria", ahora es "el capitalista de riesgo no tiene patria". No obstante, tengo que decir que, cuando conocí brevemente a Browder en el abarrotado centro de congresos de Davos, y le oí hablar en una de las sesiones de debate, todo él me pareció muy estadounidense. Su acento, su lenguaje corporal, su forma de vestir, su estilo de hablar directo y sensato; todo denotaba una enérgica cultura nacional. Como ocurre, por cierto, con Huntington, catedrático de Harvard.

EE UU y Europa

En todo caso, la sensación que he tenido este año en Davos es que los estadounidenses se han vuelto más estadounidenses, los europeos más europeos y los británicos están desgarrados entre los dos. En una comida con los directivos de varias multinacionales entre las mayores del mundo, se palpaba la tensión reprimida entre estadounidenses y europeos. Al comenzar un debate de BBC World, cuando hablé de la hostilidad existente en todo el mundo hacia George W. Bush, el senador republicano John McCain y el senador demócrata Joseph Biden se apresuraron a acusarme, furiosos, de atacar a Bush como todos los europeos. El senador McCain insistió en que George Bush no era "un gilipollas", pese a que ni yo ni nadie había empleado ese lenguaje para referirse al presidente de EE UU.

En otra discusión hacia el final del foro, otro veterano político estadounidense soltó un lamento emocionado. Dijo que "se había ganado los galones" durante tres días. El mensaje que le había llegado en Davos era que "los estadounidenses son unos bárbaros". Al oírle, parecía que había pasado tres días con activistas callejeros del movimiento antinuclear o antiglobalizadores franceses, no en lo alto de la montaña mágica con la élite económica mundial. Los europeos, continuó, tienen que comprender que la diplomacia, sin una amenaza creíble de emplear la fuerza militar, es una sociedad de debates, "palabras sin obras", dijo, recurriendo a una expresión religiosa. Cuando los iraquíes acudieran en masa a votar el domingo, los europeos tendrían que comprender y valorar el bien que su país está haciendo en el mundo.

Se le notaba verdaderamente herido porque a EE UU nunca se le reconoce nada de lo que hace bien. Para mi sorpresa, una amiga estadounidense, que es liberal y muy partidaria de la colaboración transatlántica, dijo que ella también se siente así, a veces, después de hablar con europeos.

Ante estos comentarios, un astuto observador de EE UU comentó que el peligro no está ya en el "aislacionismo físico" de su país, sino en su "aislacionismo psicológico". Los estadounidenses, explicó, viven en una realidad psicológica cada vez más distinta de la de los europeos. Ya no les une el gran enemigo común -la Unión Soviética-. Y ahora tenemos distintas opiniones incluso sobre las cosas que nos amenazan a todos, como el terrorismo internacional o el calentamiento global. Hasta cuando usamos las mismas palabras, "libertad", "democracia", "derechos humanos", nos referimos a cosas distintas. Es posible que los dos queramos llamar al pan, pan, y al vino, vino; pero a algunos nos parecen tortas. Los que intentan traducir del americano al europeo y viceversa, como Tony Blair, tienen que hacer auténticas contorsiones con su lengua.

He sostenido anteriormente que este divorcio no es inevitable, ni mucho menos. Un análisis sensato de los intereses vitales a largo plazo de europeos y estadounidenses muestra que coinciden en lo fundamental o, al menos, se complementan. La nueva secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, viene a Europa esta semana para buscar un terreno común, y detrás llegará el presidente Bush, a finales de este mes.

Además, un intelectual progresista de Nueva York sigue pareciéndose más, cuando piensa y cuando habla, a un intelectual progresista de Londres que a un miembro de la derecha religiosa estadounidense. Las polémicas entre el sector azul y el sector rojo de EE UU son tan feroces como cualquiera de las del otro lado del Atlántico. Y el sector azul (el progresista) mira a Europa con esperanza. En la página web que figura al final de este artículo, un estadounidense azul reaccionó ante la reelección de Bush pidiendo, en broma, a los europeos que invadieran Estados Unidos y les salvaran del "fascismo teocrático cristiano".

Pero lo que he visto en Davos me ha preocupado. Al fin y al cabo, todos los empresarios y economistas que estaban allí -y, en eso, Huntington tiene razón- son la gente más internacional que existe. Representan a compañías que poseen grandes intereses en los dos continentes. La paradoja de la década y media transcurrida desde el final de la guerra fría es que, a medida que la relación política transatlántica se ha debilitado, la relación económica se ha reforzado más que nunca, mediante propiedades e inversiones cruzadas. Y, sin embargo, las emociones están a flor de piel.

Diálogo de sordos

Cuatro años más de este diálogo de sordos, junto a otra gran crisis transatlántica, tal vez a propósito de Irán, podrían desembocar en una fusión psicológica dentro de cada uno de los dos bandos continentales. En Estados Unidos, el orgullo herido podría hacer que los progresistas se aproximen a los conservadores, mientras que la llamada nueva Europa se uniría a la vieja movida por un sentimiento de superioridad e indignación.

La gran novela La montaña mágica, de Thomas Mann, que ocurre en Davos, muestra la Europa anterior a 1914, con su interdependencia económica, tejida en la cima por una élite internacional y exquisita de aristócratas, empresarios y monarcas, que se ve desgarrada por prejuicios nacionales y disputas ideológicas, como la sostenida entre el humanista laico Ludovico Settembrini y el jesuita Leo Naphta. Termina cuando su joven héroe, Hans Castorp, se sumerge en el infierno de 1914, el comienzo de la segunda Guerra de los Treinta Años de la civilización occidental, y la orgía europea de autodestrucción que culminó en Auschwitz.

El hombre de Davos, pues, tiene una prehistoria conflictiva, unos antecedentes de mezclar la inteligencia y la estupidez, dejarse cegar por prejuicios ideológicos y nacionales que le impiden ver sus intereses a largo plazo, destruir con una mano lo que ha construido con la otra. Si vuelve a caer en lo mismo, si los europeos y los estadounidenses repiten, al comenzar este siglo, el error que cometieron alemanes y franceses al comenzar el pasado, no creo que esa idiotez vaya a desembocar en otra guerra dentro de Occidente.

No. Pero sí acelerará el ascenso de Oriente. En Davos he visto que los chinos e indios presenten observaban, con una mirada aguda e irónica, cómo los europeos y los estadounidenses se dejaban llevar por la irritación de lo que Sigmund Freud llamaba "el narcisismo de las pequeñas diferencias". Esos chinos e indios, llenos de astucia, no decían nada pero lo veían todo, callados y conscientes de su poder económico cada vez mayor. Si Occidente sigue jugando a ser Hamlet, Asia, como Fortinbras, heredará el reino.

(www.freeworldweb.net).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Los senadores Joseph Biden, Orrin Hatch y Christopher Dodd, en la reunión de Davos.
Los senadores Joseph Biden, Orrin Hatch y Christopher Dodd, en la reunión de Davos.AP

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