Doble decepción en el concurso Bocuse d'Or
Según afirman sus propios organizadores, el Bocuse d'Or, el concurso internacional de cocineros cuya décima edición acaba de celebrarse en Lyón (el 25 y 26 de enero), equivale al campeonato del mundo de cocineros. Se trata de un concurso en el que participan 24 jóvenes en representación de otros tantos países, que toma su nombre del mítico cocinero Paul Bocuse.
Negocio millonario, el Ayuntamiento de Lyón abona 300.000 euros a los organizadores, y los países participantes pagan 12.000 euros por inscribir a sus representantes, que deben preparar recetas con alimentos concretos de países que aportan sumas cuantiosas por disfrutar de este privilegio (este año, rape de Islandia y ternera de Dinamarca). Contemplado desde cerca, el campeonato parece poco serio. Los concursantes trabajan a la vista del público, jaleados por sus fans con carracas y bocinas, sin que sus creaciones disfruten de ningún anonimato. En pleno bullicio circense, las bandejas recorren más de cien metros y emplean al menos diez minutos antes de llegar al jurado. Como todos los platos se prueban fríos, el Bocuse d'Or constituye más bien un concurso de bufés y bocados de catering. Quizá por ello, los primeros puestos los acaparan casi siempre los países nórdicos, Noruega, Dinamarca y Suecia, en los casos en que no gana Francia, como ha sucedido este año con Serge Vieira. Lamentablemente, el representante español, Mario Sandoval, del restaurante Coque (Humanes, en Madrid), ha quedado en penúltimo lugar, la peor clasificación lograda en este encuentro. Contaba con el apoyo del Fondo de Regulación y Ordenación del Mercado (FROM), que además de editar carteles y caretas publicitarias ha malgastado sus fondos en dos estrafalarias y costosas bandejas de inspiración daliniana (huevo de cristal y reloj plano) que desagradaron profundamente al jurado. Importes que se tendrían que haber destinado a la formación técnica de Sandoval, que en el aspecto culinario ha estado muy mal asesorado. Para la moderna cocina española, en plena línea ascendente, ha sido un castigo tan inoportuno como desmesurado.
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