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Columna
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Estertor

En las últimas semanas, uno de los ejercicios más habituales para rematar sobremesas consiste en dilucidar si lo que le ocurre al Consell, que antes se designaba como parálisis, ahora se llama coma o simplemente rigor mortis. Y ése es un asunto muy controvertido, en el que algunos demuestran refinada pericia de forense, a tenor del análisis de la reciente serie de fotografías de Francisco Camps comiendo langostinos en Fitur, gajos de naranja seca en la zona cero de la ola de frío o chupando helados con un sudario cibernético en la pretérita Avidesa. El Palau de la Generalitat se ha convertido en una suerte de Policlínico Gemelli, y no tanto por las connotaciones políticas flagrantes como por la denotación hospitalaria terminal. También Camps, como el Papa, está dramáticamente entubado en su interior, mientras su particular Navarro Valls (González Pons) trata de infundir ánimos a la feligresía en cada parte sofocando fuegos con gasolina, y mientras el tiempo de la legislatura se desparrama sin que los síntomas de vitalidad mostrados en la crisis de gobierno de finales de agosto se sustancien. A Camps el 14-M le cambió el escenario y la obra. Desde entonces ha sido un personaje desubicado, con la perspectiva perdida en la guerra civil del PP. Si su divisa fue huir de todo cuanto oliese a su antecesor, al final ha tenido que terminar del brazo de Carlos Fabra, bendiciendo su absurdo síndrome aerodrómico y su no menos inquietante Terra Mítica, concretada aquí bajo la radiante expresión de Mundo Ilusión. Y ése es el cuchillazo más profundo en su pecho. No sólo se le pudrió la dulce expectativa que recibió como candidato sino que ha terminado tragando con lo que detestaba para mantener el trono orgánico, aunque a costa de producir un abismal desgarro entre los sectores cristiano y liberal, que sin duda tendrá hondas repercusiones electorales, puesto que sus adversarios ya actúan en clave de oposición en vista a la batalla final. El resultado es ese estertor permanente de su gabinete que, en apasionadas sobremesas, unos llaman coma y otros gustan de certificar como rigor mortis, a la espera de que Lázaro se levante y ande. Porque en el Policlínico Gemelli tampoco conviene descartar los milagros.

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